EL RELIEVE DEL ARCO DE SANT'ELIGIO #severa #justicia #leyendas #italia
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En demanda de piedad, ya que no de justicia, acudieron a su presencia la hija y la esposa del infeliz prisionero. De nada valieron sus ruegos y súplicas; la vida del villano tenía muy alto precio. Una vez más venció la iniquidad del poderoso sobre la honradez del débil. El vasallo alcanzó misericordia, más no sin la afrenta de su hija.
Regía por entonces la ciudad de Nápoles la enérgica Isabel de Aragón, en nombre de su tío Federico. Bajo ella, nobles y pueblo sentían el aliento firme y protector de la justicia española. En esta ocasión, su corazón de mujer vibró con impulsos de Justicia ante una súplica de mujer. Los vasallos que acudieron temerosos a la corte, encontraron apoyo inmediato en la soberana. Envió Isabel sus emisarios a las tierras calabresas con orden de detener al infamador; más el noble señor había escapado. La reina dio a la familia un plazo de ocho días para que declarase dónde se encontraba; obstinado silencio respondió a sus pesquisas.
La justicia de la reina no se detuvo; envió a sus gentes con la orden de echar por tierra los palacios napolitanos de los Caracciolo. Los magníficos artesonados, las regias puertas, las complicadas cornisas, todo cayó bajo el golpe justiciero de rudas herramientas. Las gentes, apiñadas en las gradas del Duomo, frente al palacio del burlador, saludaban alegremente la vengativa obra de destrucción. Al poco tiempo se presentó el culpable. Estaba dispuesto a reparar; que cesase la ruina... Un ensordecedor griterío acogió su presencia. Los soldados de la reina lo prendieron y el pueblo napolitano le acompañó hasta el palacio de la soberana.
Isabel anunció al reo y a las gentes su justa e inapelable decisión: el gentilhombre deberá casarse con su ofendida vasalla y la dotará espléndidamente, como corresponde a la esposa de tan gran señor. Las bodas se celebraron con toda solemnidad en la plaza del Mercado de Nápoles, a la vista de todo el pueblo, que contemplaba gustoso la vindicativa ceremonia. Mas no paró allí la severidad de la reina, pues entendiendo que si la honra exige reparación, el crimen pide castigo, dispuso una luctuosa fiesta nupcial; el joven Caracciolo pagó su infamia con la muerte, y fue decapitado.
En memoria de tan ejemplar justicia, se esculpieron las cabezas de los esposos sobre el Arco de Sant'Eligio, donde aún figuran hoy día.
Isabel anunció al reo y a las gentes su justa e inapelable decisión: el gentilhombre deberá casarse con su ofendida vasalla y la dotará espléndidamente, como corresponde a la esposa de tan gran señor. Las bodas se celebraron con toda solemnidad en la plaza del Mercado de Nápoles, a la vista de todo el pueblo, que contemplaba gustoso la vindicativa ceremonia. Mas no paró allí la severidad de la reina, pues entendiendo que si la honra exige reparación, el crimen pide castigo, dispuso una luctuosa fiesta nupcial; el joven Caracciolo pagó su infamia con la muerte, y fue decapitado.
En memoria de tan ejemplar justicia, se esculpieron las cabezas de los esposos sobre el Arco de Sant'Eligio, donde aún figuran hoy día.
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