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SAN PATRICIO #fe #respeto #LEYENDA #IRLANDA


Imagen de Mystic Art Design en Pixabay 


En la costa del Canal de la Mancha se alzaba en tiempos de los romanos, un lugar fortificado y guarnecido por centurias imperiales, que tenía el nombre de Tabernia o "Campo de los Pabellones".  Se llamaba así por las tiendas de campaña de los soldados romanos, alzadas no muy lejos de la playa.  Era un paraje de notables recuerdos, pues no estaba muy distante del sitio donde César se embarcó para combatir a los habitantes de las Islas Británicas.

Estos soldados protegían a una ciudad que existía desde tiempos remotos, pero que con la llegada de colonos romanos había tomado gran importancia, extensión y riqueza.  Los galos llamaron a esta ciudad Gesoriac; más tarde, Bonauem Arimorik; los galorromanos  transformaron este nombre en Bononia Oceanensis, y después llegó a ser Boulogne-sur-Mer.

La costa se veía amenazada continuamente por las incursiones de piratas, que, llegaban súbitamente, asaltaban las casas de los colonos, robaban lo que podían y vejaban o raptaban a las mujeres.  Para prevenir estos peligros, se alzó un faro o nemter como se le llamaba en lengua céltica.  Estaba encargado de mantener el fuego un oficial romano llamado Calpurnius, al que se creía procedente de las legiones reclutadas por Máximo en la isla de Bretaña.  Este Calpurnius, vivía en una casa lujosa, en compañía de su mujer, una dulce y bella muchacha gala.  De su matrimonio nacieron dos hijos y cinco hijas.  Uno de los hijos (nacido hacia el año 387 de nuestra era) recibió con el bautizo cristiano el nombre de Patricio.




Se cuenta que algunos prodigios marcaron el destino del niño recién nacido.  Una gran piedra sobre la cual había sido depositado cuando vio la luz, se levantó por sí sola, formando una columna o monumento en honor de Patricio, y también la tierra, queriéndose sumar a este homenaje, dejó manar una fuente para lavar al tierno niño.  Las aguas de esta fuente recibieron desde entonces el poder de curar todas las enfermedades.

Creció este niño, así, acogido en el culto del señor, pero cuando llegó a la edad juvenil el mal ejemplo de la colonia, entregada a todos los vicios, hizo mella en él y cayó en el pecado.  Dios, para castigar la maldad de aquellos hombres, lanzó contra ellos la maldición de la discordia.  Entre los soldados estallaron disensiones y disturbios, y de ello se aprovecharon los piratas, que entando a saco en la ciudad, casi la destruyeron, matando a muchos de los habitantes y llevando prisioneros a los supervivientes. 


Entre los cautivos iba Patricio, cuyos padres había perecido.  Tenía el muchacho diecisiete años, y cuando llegaron los piratas a Irlanda, fue vendido como  esclavo a un jefe del Ulster que se llamaba Milhu.  Este, lo sometió a una esclavitud terrible.  Le dio una piara de cerdos y fue llamado por todos por un mote céltico que significa "el porquero".  Mucho hubo de sufrir Patricio, y de tal manera, que su espíritu se embruteció hasta olvidar la lengua aprendida en su infancia.  Una noche soñó que estaba a la orilla del mar y que un barco se aproximaba a buscarlo.  Se despertó de pronto y se puso en camino hacia el mar. 

Aunque no sabía la dirección de la costa ni los senderos que habría de seguir llegó a una playa y divisó un barco que con las velas hinchadas se dirigía hacia la costa.  Cuando estuvo cerca, Patricio  pidió a grandes voces que lo acogieran.  El capitán se negó a admitirlo.  Patricio, volviéndose de espaldas tomó la dirección de su cabaña.  Mientras caminaba con el ánimo destrozado, entonó una ferviente plegaria y al acabarla, oyó que uno de los marineros le llamaba:
-¡Ven con nosotros!  ¡El capitán quiere verte!  Sube a bordo, puesto que te hemos encontrado y tu has tenido fe en nosotros.




Patricio subió al barco y halló hospitalidad en aquellos hombres, pero estos rudos marineros eran paganos, y solían burlarse de la fe cristiana de Patricio.  A los tres días de navegación desembarcaron en Bretaña y caminaron durante cuatro semanas, y en todo ese tiempo no encontraban por ninguna parte ni una gota de agua para beber ni nada para calmar el hambre.  El jefe de los marineros le dijo a Patricio:
-Tú, cristiano, presumes de que tu Dios nunca deja sin ayuda a los que creen en él.  ¿Por qué no le pides ahora que nos de algo de comer, pues de lo contrario hemos de perecer miserablemente?
-Si El quiere hacernos morir de hambre, nada podremos contra su voluntad. -contestó Patricio- Mas, si Él quiere que vivamos y nos manda alimentos, viviremos, pues Él tiene de todo y todo está en su mano.

De pronto vieron venir por un camino una piara de cerdos, y los compañeros de Patricio mataron los que quisieron y, asándolos, calmaron su hambre.  Luego prepararon la carne sobrante ahumándola.  Después de esto miraban a Patricio con gran respeto.




Aquella noche tuvo una gran tentación y sólo el Sol, al levantarse, la ahuyentó.

























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