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Se decía que en Fenicia (actual Líbano) vivía la joven más hermosa que habitaba la Tierra. Se llamaba Europa y era hija de Agenor, rey de aquella ciudad, y hermana del príncipe Cadmo, que fue el fundador de la ciudad de Tebas.
Confiados en alcanzar su amor, venían a conocerla, desde las tierras más lejanas, ricos mercaderes, guerreros, príncipes y caballeros. Pocas veces conseguían verla, pues Europa permanecía encerrada en su palacio, cuando no jugaba en las praderas cercanas con sus amigas, no consintiendo su padre que ningún hombre le arrebatara aquella joven, que era la alegría del reino. Pero en vano se esforzaba en ocultarla, porque el dios Júpiter había decidido la suerte de la fenicia, pues él, sí la conocía y la amaba.
Muchas veces pensó en bajar a buscarla para llevársela consigo; pero los celos desmedidos de Juno lo habían disuadido de aquella idea. Uno de los días en que el Sol se enfrentaba de lleno con la ciudad, se divertía Europa con sus compañeras en ir agrupando florecillas de diferentes colores, cuando de pronto les llamó la atención un toro blanco, espléndido y dulcemente manso, que pacía en auella misma pradera. Europa fue la primera que resolvió acercarse a él, y con gran ternura empezó a acariciarlo y a tomar confianza con el animal, hasta que decidió subirse encima. No había terminado de sentarse en sus espaldas, cuando el toro se levantó y emprendió una decidida carrera, arrojándose al mar. Europa creyó enloquecer de pánico. Ya en pleno mar, sentía alejarse de las costas de Fenicia, llenas de tantos atractivos y recuerdos, sin esperanza de volverlas a ver más. Allí quedaba su padre en el más grande desconsuelo; su hermano, afectado en su espíritu varonil, y toda Fenicia abatida por la nueva desgracia.
El toro no dejó de nadar hasta alcanzar las costas de Creta. Entonces Júpiter, que deseaba aminorar los angustiosos momentos por los que pasaba Europa, abandonando su metamorfosis de toro, se presentó esplendorosamente, y le dijo a Europa que desde aquel momento era su esposa.
La parte del mundo que empieza en Creta tomó su nombre en recuerdo de aquella mujer.
El rey de Fenicia movilizó a sus súbditos más incondicionales, para tratar de encontrar a su hija. Hubo una verdadera movilización general en el reino, y el príncipe Cadmo quedó, por mandato de su padre, condenado a no volver a Fenicia si no era trayendo consigo a Europa.
El príncipe, después de recorrer Grecia entera, se resignó a no volver nunca a su patria, por haber perdido la esperanza de encontrarla, y encaminándose a Delfos, consultó al oráculo, para saber qué decisión tomar. allí supo que debía seguir los pasos de una vaca que se encontraría en un campo, y fundar una ciudad donde el animal se detuviese. Cadmo obedeció aquellas órdenes y vio, emocionado que la vaca se paraba en Beocia, nombre que tomó esta región en recuerdo del animal.
Con fe viva emprendió la tarea de fundar la ciudad (Tebas), y quiso ofrecer un sacrificio en acción de gracias por semejante beneficio. Mientras él contemplaba la tierra que soportaría la nueva ciudad, sus compañeros fueron por agua a una fuente que manaba en una gruta guardada por un dragón de numerosos dientes.
Los desgraciados perecieron entre sus garras, y comprendiendo Cadmo que alguna desgracia les había ocurrido a juzgar por su tardanza, se fue en su busca. Sus cuerpos estaban aún calientes y sus heridas sangrantes. La furia del dragón no se había aún saciado y Cadmo, disparando sus flecas, enfurecido, contra el monstruo, lo dejó con una herida de muerte.
Al momento oyó una voz que le decía:
-Con los dientes de este dragón planta la tierra de la futura ciudad.
Cadmo se los arrancó todos, y después de deshacer las glebas con el arado, los introdujo en la tierra. Poco después empezaron a salir cascos y lanzas de guerreros, fruto de los dientes del gigante, y guerreros completos por último.
Muy poco tiempo disfrutaron de paz aquellos hombres, pues en seguida quedaron envueltos en una sangrienta guerra, de la que sólo cinco sobrevivieron. Estos guerreros afortunados fueron amigos de Cadmo desde entonces, y todos juntos construyeron Tebas.
Cuando Cadmo la vio terminada, no pudo contener sus lágrimas de alegría, y dictó leyes justas para el bienestar de los ciudadanos. Marte le concedió la mano de su hija Harmonía, y así vio recompensadas sus pasadas desventuras por la felicidad que la ternura de su esposa le ocasionaba.
Pero Juno los odiaba con toda su alma violenta; Europa le había causado una desgracia en su matrimonio, y esto no lo podía olvidar. Cadmo debía ser, por lo tanto, víctima de su venganza. Todos sus descendientes terminaron su vida de una forma trágica: Tantonoe sufrió la terrible desgracia de su hijo Acteón, que convertido en ciervo por Diana en una de sus cacerías, fue despedazado por sus mismo perros. Su otra hija, Semelé, ardió con su palacio de Tebas, incendiado por los rayos de Júpiter. Su nieto Penteo fue terriblemente despedazado por su propia madre Agave y otras hermanas, que vestidas de bacantes, defendían las fiestas de Baco, a las que Penteo se oponía como rey de Tebas. Su hija Inonía se arrojó al mar, en la más arrebatadora locura.
Para colmo de desdichas, el pueblo que con tanto cariño había fundado se rebeló contra él, no reconociendo su autoridad, y Cadmo y su esposa fueron expulsados de Tebas.
Sintiéndose incapaces de soportar tantas desgracias, pidieron al cielo que pusiera fin a sus vidas y dejaron de existir como hombres, pero quedaron arrastrándose por el suelo, convertidos en serpientes.
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