LA NOVIA DEL SEÑOR #leyendas #noruega #rechazar #impaciencia #risas

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Vivía en Noruega un señor que tenía una hacienda muy extensa.  Sus bolsillos estaban llenos de plata y en el Banco tenía mucho dinero.  Sin embargo, se encontraba muy triste y solitario porque su esposa había muerto.

Cierto día que paseaba por el campo vio a la hija de un vecino granjero, que recogía el heno, y le gustó mucho.  El padre de la joven le debía bastante dinero, y el señor pensó que seguramente la hija querría casarse con él.  Se acercó a ella, y le dijo que pensaba contraer de nuevo matrimonio.  La doncella riéndose le contestó:
-Uno puede pensar muchas cosas. -continúo recogiendo el heno.
-Pero pienso que tú, puedes ser mi esposa -respondió el propietario.

La joven rió de nuevo, y después de darle las gracias, le dijo que no deseaba casarse con él.  El propietario insistió una y otra vez, y determinó capturarla.  Ella se burlaba de sus pretensiones.  Al fin tanto le ridiculizó, que el señor, encolerizado, fue a ver a su padre:
-Mira, yo deseo casarme con tu hija -dijo-; si das tu consentimiento, anularé tu deuda y aun te regalaré unas tierras.

El padre respondió que por su parte estaba dispuesto, aunque su hija era muy joven todavía.

En vano rogaba el granjero a su hija que se casara; ella respondía siempre que no deseaba casarse con un hombre tan viejo, aunque tuviera tanto dinero.

El propietario esperaba un día tras otro la contestación, hasta que, encolerizado e impaciente, dijo al padre que no podía esperar por más tiempo.  El granjero tuvo que dejar que la boda se preparase, acordando ambos que cuanto el cura y los invitados estuvieran ya reunidos, el propietario enviaría por la muchacha, como si ésta tuviera que ir a trabajar a la granja, y una vez que estuviese en casa del señor, se casarían al momento, antes de que la joven tuviera tiempo de rehusar.

Comenzaron los preparativos para la boda, y cuando todo estuvo listo y los invitados reunidos, el propietario llamó a uno de sus criados y le dijo que corriera a casa de su vecino, para que éste, entregase lo que le había prometido.
-Si no vuelves enseguida -dijo él moviendo el puño- te daré una buena paliza.

El chico corrió a casa del vecino y le dijo:
-Mi amo me envía para que me entreguéis lo que le habéis prometido.
-Por supuesto -exclamó el padre-  Vete a ese prado y llévatela.

El joven llegó al prado y encontró a la hija, que estaba rastrillando el heno.
-Vengo a buscar lo que tu padre ha prometido a mi señor -dijo, jadeante el mensajero.
-¡Ah! -respondió la muchacha- creo que es nuestra yegua blanca.  Esta atada al otro lado del campo, ve y llévatela.

El muchacho fue al lugar donde estaba la yegua, y montando sobre ella se volvió al galope.
.¿Me la has traído? -preguntó el señor al verle llegar.
-Sí, está esperando en la puerta -respondió el chico.
-Entonces súbela al cuarto que tenía mi madre -ordenó el amo.
-Pero señor, ¿Cómo voy a subir eso? -dijo el muchacho.
-Hazlo tal como te mando -gritó el propietario impacientemente-.  Si no puedes subirla solo, que te ayuden otros criados.

El criado, extrañado, fue en busca de unos hombres para que le ayudaran, y unos tirando de la cabeza de la yegua y otros empujando por detrás, lograron subirla hasta el dormitorio donde estaban el traje y los adornos que había de lucir la novia.

El criado volviendo donde estaba su señor, le advirtió que ya estaba todo hecho, pero que había sido una larga tarea.  El propietario le ordenó que fuera en busca de las mujeres para que subiesen a vestirla.
-Pero señor, es imposible -respondió el joven.
-¡No repliques! -gritó el señor-  Diles que es hora ya de que la vistan, y que no olviden la guirnalda de la cabeza..

El criado corrió a la cocina y comunicó a las muchachas que tenían que vestir de novia a la yegua blanca.
-Supongo que el amo querrá hacer reír a los huéspedes -añadió el chico.

Las mujeres vistieron a la yegua con todas las galas de la boda.  Le pusieron el vestido primorosamente rizado y, por fin, sobre sus tiesas orejas, la guirnalda.
-Ya está lista, señor, -dijeron las muchachas, conteniendo a duras penas su risa.
-¡Bajádmela! -gritó el propietario-  La recibiré en la puerta del salón.

Entonces en la escalera se armó un enorme griterío para  verla, y cuando la puerta de la sala se abría y la prometida del señor entró, todos los huéspedes se echaron a reír con gran algazara, y el propietario, enfurecido de cólera ante el ridículo que corría, se puso tan colorado como la cresta del gallo.

En adelante nunca más se atrevió a molestar a la hija del granjero.