LAS VELAS DE UMIKO, LA HIJA DEL MAR #leyendas #japon #madre #alerta #sirena
Poco tiempo después su pensamiento se hizo realidad. La sirena Amara tenía una hija. Entonces pensó llevar a cabo su propósito, y cogiendo a la niña, la llevó hasta una montaña que estaba junto a la ciudad. Allí había un templo, y en una de las gradas de sus escalinatas la dejó cuidadosamente después de besarla con todo su corazón.
Sucedió que abajo, en el pueblo vivía un viejo matrimonio. Dedicaba su vida a la elaboración de velas, que los devotos que iban al templo de la montaña compraban. Como eran afortunados en el negocio, decidieron dar gracias a Dios por la protección que les dispensaba. Cogieron dos velas y se encaminaron hacia el sagrado recinto. Una vez que hubieron depositado su ofrenda ante Dios y hecho sus oraciones, pensaron volver a su casa; pero he aquí que cuando bajaban por la escalinata del templo oyeron un débil llanto; se inclinaron hacia el suelo y vieron una niña recién nacida. Les dio pena, y pensando que alguien de duro corazón la había abandonado, decidieron recogerla y llevarla con ellos.
Siempre habían deseado una hija que les cuidara en la vejez y ahora encontraban lo que tanto habían pedido. Pero al día siguiente, cuando le quitaron las mantillas que la cubrían, se quedaron asombrados: no era como las demás niñas. La mitad de su cuerpo era igual que la cola de un pez y estaba cubierto de brillantes escamas; era una sirena. Estuvieron largo rato pensando lo que haría con ella, hasta que por fin, se dijeron que los dioses se la enviaban para que la cuidaran, y si la rechazaban, tal vez los castigarían. La llamarían Umiko, que significa "hija del mar"
Pasó el tiempo. La niña se hizo mujer; una mujer de gran belleza. Su cutis parecía de nácar y sus ojos despedían un extraño fulgor, semejaban dos esmeraldas. Sentada en la tienda de sus padres adoptivos, les ayudaba en la venta de velas, pero tan humilde que no podía sufrir la admiración que en todos los compradores causaba y sus padres decidieron que se dedicase, dentro de la casa, a la confección de las velas.
Umiko, además de hacerlas, pintaba en ellas pájaros y flores y, sobre todo, bellos paisajes del fondo del mar. La innovación tuvo gran éxito y el número de compradores aumentaba sin cesar. Además se había extendido la creencia entre todos los pescadores de que aquellas velas eran una especie de mágico talismán para librarlos de los peligros que pudieran acecharlos en sus travesías. Decían que, encendidas ante el altar del dios del Mar, tenían sobre él gran influjo. De todas partes venían en busca de las velas que fabricaba Umiko. No hace mucho todavía se vendían en algunos pueblos japoneses unas candelas pintadas que recordaban a las que fabricara en otros tiempos la hija del Mar, y que no dejaban de encender los marineros antes de hacerse a la mar.
Un día llegó un mercader a la tienda de los padres de Umiko; iba atraído por la fama de sus velas y la hermosura de la muchacha. Cuando la vio, pensó que sería un gran negocio exponerla a la vista del público, y decidió convencer a sus padres de que debían vendérsela. Para ello les dijo que una sirena siempre atraía, al cabo del tiempo, alguna desgracia sobre la casa donde vivía; él les libraría de ella y les daría, a cambio, todo el dinero que pidieran. En un principio, el matrimonio se indignó. ¿Cómo iban a desprenderse de su querida y dulce Umiko? Sin embargo, tanto insistió el mercader, y tan hábiles argumentos supo emplear, que al fin, cedieron a su petición y vendieron a la muchacha a cambio de gran cantidad de dinero.
Un día llegó un mercader a la tienda de los padres de Umiko; iba atraído por la fama de sus velas y la hermosura de la muchacha. Cuando la vio, pensó que sería un gran negocio exponerla a la vista del público, y decidió convencer a sus padres de que debían vendérsela. Para ello les dijo que una sirena siempre atraía, al cabo del tiempo, alguna desgracia sobre la casa donde vivía; él les libraría de ella y les daría, a cambio, todo el dinero que pidieran. En un principio, el matrimonio se indignó. ¿Cómo iban a desprenderse de su querida y dulce Umiko? Sin embargo, tanto insistió el mercader, y tan hábiles argumentos supo emplear, que al fin, cedieron a su petición y vendieron a la muchacha a cambio de gran cantidad de dinero.
Cuando Umiko se enteró de lo que habían hecho con ella, se postró ante el matrimonio, vertiendo abundantes lágrimas, y les suplicó que no llevaran a cabo tal venta. De nada sirvieron sus ruegos, y resignada, esperó al día siguiente, en que estaría a merced del mercader.
Por la noche creyó oír una voz que parecía salir del fondo del mar y que repetía sin cesar su nombre; pero no vio a nadie.
Cuando amaneció, antes de marchar, pintó una vela, y cuando terminó, la colocó entre todas las demás. En la puerta de la casa la esperaba un gran carro, y en él una jaula de gruesas barras. En ella la metieron a empujones, y después que estuvo dentro, el mercader condujo el carro hacia el puerto, para embarcarla hacia otro país.
Aquella noche, el matrimonio que vendiera a Umiko no estaba tranquilo, presentía que sin ella habría de ocurrirles algo malo. De pronto soñaron unos golpes en la puerta. Abrieron y apareció ante sus asombrados ojos, una mujer toda vestida de blanco. Pidió comprar una vela, y cuando la vieja le enseñó las que tenían, la desconocida eligió la última pintada por Umiko antes de marchar. Después fijó en la vendedora sus ojos verdes, iracundos, que despedían una brillante luz y recordaban al mar cuando presagia tormenta.
A continuación desapareció y poco después, sobre la cumbre del monte donde en otro tiempo encontraron a Umiko, se encendió una luz. Enseguida una horrible tempestad azotó la costa. El barco en el que iba Umiko intentó en vano volver al puerto, y de pronto un a enorme ola le hundió en el mar. Mientras el barco se hundía en las aguas surgió de entre las enormes olas un torso de mujer; era Amara que acudía a liberar a su hija. Rompió los gruesos barrotes de la jaula que encerraba a Umiko y, abrazada a ella, se dirigió al fondo del mar.
A continuación desapareció y poco después, sobre la cumbre del monte donde en otro tiempo encontraron a Umiko, se encendió una luz. Enseguida una horrible tempestad azotó la costa. El barco en el que iba Umiko intentó en vano volver al puerto, y de pronto un a enorme ola le hundió en el mar. Mientras el barco se hundía en las aguas surgió de entre las enormes olas un torso de mujer; era Amara que acudía a liberar a su hija. Rompió los gruesos barrotes de la jaula que encerraba a Umiko y, abrazada a ella, se dirigió al fondo del mar.
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