EL JORNALERO #Leyenda #Rusia #jornalero #engaño
Imagen de Herney Gómez en Pixabay
Erase un campesino que tenía tres hijos. El mayor se marchó a buscar trabajo. Llegó a la ciudad y se empleó de jornalero en casa de un comerciante. Pero este comerciante era de lo más avaro y despiadado. Solo sabía repetir una cosa: en cuanto cante el gallo, arriba y a trabajar. Tan agobiante le pareció aquello al muchacho que, al cabo de una semana, regresó a su casa.
Luego fue el segundo de los hijos. Estuvo trabajando para el comerciante una semana también, porque no pudo aguantar más y se despidió.
-Padrecito -pidió entonces el menor de los hijos a su padre- deja que vaya yo a trabajar para el comerciante.
-¿Y dónde vas tú, tonto? Tú sólo sirves para estar tumbado en el rellano de la estufa. Otros mejores han ido y han tenido que volver.
-Bueno, tú dirás lo que quieras, pero yo me voy.
Y se presentó al comerciante.
-Hola muchacho. ¿Qué quieres?
-Quisiera que me emplearas como jornalero.
-De acuerdo. Pero ten en cuenta que aquí, en cuanto cante el gallo, hay que ponerse a trabajar para todo el día.
-Eso es cosa sabida; el que se mete a jornalero ya no es dueño de si mismo.
-¿Qué jornal quieres?
-¿Qué voy a pedirte? Cuando haya trabajado un año, me basta con pegarte un papirotazo a ti y un pellizco a tu mujer.
-Está bien muchacho -contestó el comerciante, mientras pensaba para sus adentros: "Menuda suerte ¡Esto sí que es pagar poco!
Por la noche, el jornalero se las ingenió para agarrar el gallo y meterle la cabeza bajo el ala. Luego se acostó. Pasada la medianoche, cuando ya estaba cerca el amanecer y había que despertar al jornalero, el gallo seguía sin chistar. Salió el sol, y el jornalero se despertó él solo.
-Venga el desayuno, mi amo, que ya es hora de ponerse a trabajar.
Desayunó y estuvo trabajando todo el día. Al anochecer volvió a cazar al gallo, le metió la cabeza debajo del ala y se acostó a dormir hasta por la mañana. A la tercera noche hizo lo mismo. El comerciante estaba muy extrañado, y se preguntaba qué podía haberle ocurrido al gallo para dejar de cantar: "Iré a la aldea a buscar otro", se dijo, y se fue acompañado del jornalero.
Iban por el camino cuando se encontraron con cuatro campesinos que conducían a un toro, grande y bravo, tanto que apenas podían retenerle por la cuerda entre los cuatro.
-¿Adónde vais, hermanos? -preguntó el jornalero.
-A llevar este toro al matadero.
-¿Y tenéis que llevarle entre cuatro cuando con uno sobra y basta?
Se acercó al toro, le pegó un papirotazo en la testuz y le dejó tieso. Luego agarró un pellizco del pellejo,, tiró y lo desolló. Viendo qué clase de papirotazos y de pellizcos eran los de su jornalero, el comerciante se preocupó tanto que se olvidó del gallo, y volvió a su casa para meditar con su mujer en el modo de evitar aquella suerte.
-Lo que podemos hacer es mandarle de noche al bosque, diciendo que se ha descarriado una vaca del rebaño. ¡Qué le devoren los animales feroces! -propuso la mujer.
Llegó la noche, cenaron, la mujer salió al corral, estuvo un rato en el porche y volvió a la casa, diciendo al jornalero.
-¿Cómo no has metido las vacas en el establo? Falta una.
-A mi me pareció que estaban todas.
-¡Qué van a estar! Ve ahora mismo al bosque y busca bien.
El jornalero se vistió, agarró una estaca y se adentró en el bosque; pero por mucho que anduvo, no vio ni una vaca. Se puso a observar con más atención y descubrió a un oso en su guarida. El jornalero pensó que era la vaca.
-¡Estás ahí maldita! ¡Y yo buscándote toda la noche!
Empezó a pegarle estacazos al oso. El animal quiso escapar, pero él lo agarró por el cuello, lo llevó a rastras hasta la casa y, gritando "¡Ahí va eso!", lo encerró en el establo con las vacas. El oso empezó inmediatamente a degollarlas y hacerlas pedazos. Durante la noche acabó con todas. A la mañana siguiente, dijo el jornalero a sus amos:
-Anoche traje por fin la vaca.
-Veamos mujer, qué vaca nos ha traído del bosque.
Fueron al establo, abrieron la puerta y encontraron a todas las vacas muertas y al oso en un rincón.
-¿Pero qué has hecho imbécil? ¿Para qué metiste a un oso en el establo? ¡Nos ha matado todas las vacas!
-Espera -dijo el jornalero- eso lo va a pagar él con la vida.
Corrió al establo, le pegó un papirotazo al oso y lo dejó seco. "Mala cosa -pensó el comerciante- hasta los animales feroces le tienen sin cuidado. Me parece que únicamente el diablo podrá con él".
Y entonces le dijo al jornalero:
-Vas a ir al molino del diablo, y hazme el gran favor de cobrarles a esos demonios un dinero que me deben y que no acaban de pagarme.
-¡Claro que sí! ¿Por qué no iba a hacerte ese pequeño favor?
Enganchó el caballo al carro y se fue al molino del diablo. Cuando llegó se sentó en el muro de la presa a trenzar una cuerda. De pronto, saltó un diablo fuera del agua.
-Oye ¿Qué haces?
-¿No lo ves? Una cuerda.
-¿Y para qué la quieres?
-Para amarraros a todos, malditos demonios, y poneros al sol a que os sequéis. Porque me parece que estáis demasiado mojados.
-¡Pero hombre! Nosotros no te hemos hecho nada malo.
-¿Y por qué no le pagáis a mi amo lo que le debéis? Bien que supisteis pedírselo ¿verdad?
-Aguarda un poco, que voy a consultar con nuestro jefe -dijo el diablo, y se zambulló en el agua.
El jornalero agarró enseguida una pala, cavó un hoyo muy profundo, lo tapó con ramiza y en el centro colocó su gorro boca arriba, después de haberle hecho un agujero en el fondo.
Salió el diablo y le dijo al jornalero.
-Nuestro jefe pregunta cómo vas a sacarnos de aquí. Las hoyas donde nosotros vivimos son insondables.
-¡Valiente cosa! Para eso tengo una cuerda que por mucho que la midas, nunca terminas.
-Déjame verla.
El bracero ató los dos extremos de la cuerda y se la dio. El diablo estuvo venga a medirla, venga a medirla, sin poder terminar.
-¿Y es mucho lo que debemos pagar?
-Lo que quepa en este gorro de monedas de plata.
El diablo se zambulló en el agua, se lo contó a su jefe, que, por mucho que le doliera, no tuvo más remedio que rascarse el bolsillo. El jornalero cargó una carretada entera de monedas de oro y se las llevó al comerciante.
-¡Ave María! -exclamó- ¡Ni los demonios pueden con él!
El comerciante y su mujer se pusieron de acuerdo para escapar de casa. La mujer estuvo cociendo pastelillos y panes, con los que llenó dos sacos, y se acostó a descansar para reponer fuerzas para cuando se escaparan del jornalero por la noche. Pero el jornalero vació los sacos, y en lugar de los pastelillos y los panes, metió una piedra de moler en uno y él se metió en el otro. Luego se quedó muy quieto, muy quieto. Por la noche, el comerciante despertó a su mujer, cargaron cada uno un saco y escaparon de casa. Entonces gritó el jornalero desde su saco:
-¡Eh, mis amos! ¡Esperadme! ¡Llevadme con vosotros!
-¡El maldito se ha enterado y viene detrás de nosotros! -le dijo el comerciante a su mujer, y corrieron más aprisa todavía.
Iban ya rendidos. Al rato vio el comerciante un lago, se detuvo, tiró el saco al suelo y dijo:
-Descansemos, aunque solo sea un poco.
En esto, oyó el jornalero:
-¡Cuidado, mi amo! ¡Me vas a romper todas las costillas!
-¡Ah! ¿Estás aquí?
-Aquí estoy.
Entonces decidieron pasar la noche junto al lago y se acostaron uno al lado del otro.
-Escucha mujer -dijo el comerciante-, en cuanto se duerma el jornalero le tiramos al lago.
Pero el jornalero no se dormía, y no hacía más que dar vueltas. Finalmente, fueron el comerciante y su mujer quienes se durmieron. Se jornalero se quitó la pelliza y el gorro, se los puso a la mujer, y él se puso el abrigo de ella. Luego despertó a su amo:
-¡Eh despierta! Vamos a echar al jornalero al agua.
El comerciante se levantó, agarraron entre los dos a la mujer dormida y la arrojaron al agua.
-¿Qué haces mi amo? -gritó el jornalero- ¿Por qué has ahogado a tu mujer?
Al comerciante no le quedó más remedio que volverse a casa con el jornalero. Este estuvo trabajando para él un año entero, luego le pegó un papirotazo en la frente, ¡y adiós comerciante! El jornalero se quedó con sus bienes y vivió tan ricamente, gozando de lo bueno y evitando lo malo.
-Oye ¿Qué haces?
-¿No lo ves? Una cuerda.
-¿Y para qué la quieres?
-Para amarraros a todos, malditos demonios, y poneros al sol a que os sequéis. Porque me parece que estáis demasiado mojados.
-¡Pero hombre! Nosotros no te hemos hecho nada malo.
-¿Y por qué no le pagáis a mi amo lo que le debéis? Bien que supisteis pedírselo ¿verdad?
-Aguarda un poco, que voy a consultar con nuestro jefe -dijo el diablo, y se zambulló en el agua.
El jornalero agarró enseguida una pala, cavó un hoyo muy profundo, lo tapó con ramiza y en el centro colocó su gorro boca arriba, después de haberle hecho un agujero en el fondo.
Salió el diablo y le dijo al jornalero.
-Nuestro jefe pregunta cómo vas a sacarnos de aquí. Las hoyas donde nosotros vivimos son insondables.
-¡Valiente cosa! Para eso tengo una cuerda que por mucho que la midas, nunca terminas.
-Déjame verla.
El bracero ató los dos extremos de la cuerda y se la dio. El diablo estuvo venga a medirla, venga a medirla, sin poder terminar.
-¿Y es mucho lo que debemos pagar?
-Lo que quepa en este gorro de monedas de plata.
El diablo se zambulló en el agua, se lo contó a su jefe, que, por mucho que le doliera, no tuvo más remedio que rascarse el bolsillo. El jornalero cargó una carretada entera de monedas de oro y se las llevó al comerciante.
-¡Ave María! -exclamó- ¡Ni los demonios pueden con él!
El comerciante y su mujer se pusieron de acuerdo para escapar de casa. La mujer estuvo cociendo pastelillos y panes, con los que llenó dos sacos, y se acostó a descansar para reponer fuerzas para cuando se escaparan del jornalero por la noche. Pero el jornalero vació los sacos, y en lugar de los pastelillos y los panes, metió una piedra de moler en uno y él se metió en el otro. Luego se quedó muy quieto, muy quieto. Por la noche, el comerciante despertó a su mujer, cargaron cada uno un saco y escaparon de casa. Entonces gritó el jornalero desde su saco:
-¡Eh, mis amos! ¡Esperadme! ¡Llevadme con vosotros!
-¡El maldito se ha enterado y viene detrás de nosotros! -le dijo el comerciante a su mujer, y corrieron más aprisa todavía.
Iban ya rendidos. Al rato vio el comerciante un lago, se detuvo, tiró el saco al suelo y dijo:
-Descansemos, aunque solo sea un poco.
En esto, oyó el jornalero:
-¡Cuidado, mi amo! ¡Me vas a romper todas las costillas!
-¡Ah! ¿Estás aquí?
-Aquí estoy.
Entonces decidieron pasar la noche junto al lago y se acostaron uno al lado del otro.
-Escucha mujer -dijo el comerciante-, en cuanto se duerma el jornalero le tiramos al lago.
Pero el jornalero no se dormía, y no hacía más que dar vueltas. Finalmente, fueron el comerciante y su mujer quienes se durmieron. Se jornalero se quitó la pelliza y el gorro, se los puso a la mujer, y él se puso el abrigo de ella. Luego despertó a su amo:
-¡Eh despierta! Vamos a echar al jornalero al agua.
-¿Qué haces mi amo? -gritó el jornalero- ¿Por qué has ahogado a tu mujer?
Al comerciante no le quedó más remedio que volverse a casa con el jornalero. Este estuvo trabajando para él un año entero, luego le pegó un papirotazo en la frente, ¡y adiós comerciante! El jornalero se quedó con sus bienes y vivió tan ricamente, gozando de lo bueno y evitando lo malo.
Comentarios
Publicar un comentario