KOSCHÉI, EL ESQUELETO PERPÉTUO #Leyenda #Rusia #amor #muerte #bondad #recompensa
Vivía un zar que tenía tres hijos, los tres mayores ya. De repente, Koschéi, el Esqueleto Perpetuo, les robó a su madre.
El hijo mayor le pidió al padre su bendición para ir a buscarla. El padre se la dio, y el hijo partió sin que nadie volviera a saber nada de él.
Después de aguardar cierto tiempo, también el hijo segundo pidió permiso al padre para marcharse y desapareció lo mismo que el primero.
Entonces el hijo menor, el príncipe Iván, le dijo a su padre:
-Padrecito, dame tu bendición para ir en busca de mi madre.
-Tus hermanos no han regresado -objetó el padre- y si también te marchas tú, me moriré de pena.
-Pues yo, con tu bendición o sin ella, he hecho el firme propósito de marcharme, padre.
El príncipe Iván fue a elegir caballo, pero en cuanto le ponía a uno la mano sobre el lomo, el animal se derrengaba. Viendo que no encontraba cabalgadura, iba cabizbajo por la ciudad, cuando de repente apareció una viejecita delante de él que le preguntó:
-¿Por qué andas tan mustio, príncipe Iván?
-Déjame, vieja. Mira que si te agarro con una mano y te pego un golpe con la otra no va a quedar más que un charquito.
La vieja dio un rodeo por una calleja y de nuevo apareció frente a él.
-¡Hola, príncipe Iván! ¿Por qué andas tan mustio?
El príncipe se quedó pensativo, preguntándose "¿por qué me dirá esto? ¿podrá ayudarme?". Entonces le contestó:
-Es que no puedo encontrar un buen caballo de mi talla.
-¡Hace falta ser tonto para atormentarse por tan poca cosa en lugar de preguntarme a mí! -exclamó la vieja-. Ven conmigo.
Lo condujo hasta una montaña y le señaló un lugar.
-Cava aquí.
El príncipe cavó hasta descubrir una plancha de hiero con doce candados. En seguida los arrancó, abrió la puerta y descendió bajo tierra. Allí había un caballo gigantesco, sujeto por doce cadenas. Sin duda presintió que se hallaba ante un jinete digno de él, porque lanzó un relincho, sacudió sus cadenas y reventó las doce. El príncipe se puso una sólida armadura de caballero, y al caballo la brida y arzón circasiano, entregó dinero a la vieja y le dijo:
-Dame tu bendición abuela, y adiós.
Luego, partió, montado en aquel caballo.
Cabalgó mucho tiempo hasta encontrarse por fin al pie de una montaña inmensa, abrupta, a la que era imposible trepar. Allí estaban sus hermanos, galopando en torno a la montaña. Se abrazaron y siguieron juntos, hasta tropezar con una mole de hierro. Tenía grabada una inscripción diciendo que hallaría libre el paso quien arrojara aquella mole a lo alto de la montaña.
Los hermanos mayores no pudieron siquiera levantarla, pero el príncipe Iván la lanzó al primer intento hasta la cumbre y, al instante, apareció una escalera en la montaña. Dejó su caballo, hizo gotear sangre de su dedo meñique en un pequeño recipiente se lo entregó a sus hermanos diciendo:
-Si la sangre se torna negra, no me esperéis, eso querrá decir que estoy muerto.
Al cabo de mucho andar, se halló ante una casa. Era una casa inmensa. En ella vivía la hija de un zar a quien había robado Koschéi, el Esqueleto Perpetuo. El príncipe Iván echó a andar a lo largo del muro que la rodeaba, pero no veía ninguna puerta. Al divisar allí a un hombre, la hija del zar se asomó a su balcón y gritó:
-Fíjate bien, y encontrarás ahí una grieta en el muro. Tócala con el dedo meñique y se convertirá en una puerta.
Así ocurrió. El príncipe Iván entró en la casa. La doncella le acogió afablemente, le ofreció comida y bebida, y luego le hizo muchas preguntas. Él le contó que había ido a rescatar a su madre, prisionera del Koschéi.
-Rescatarla es una empresa difícil, príncipe Iván -observó la princesa-. Para Koschéi no existe la muerte, pero él te matará. A mí me visita a menudo... Mira, ahí está una espada suya que pesa un quintal. Si eres capaz de levantarla, sigue adelante.
El príncipe Iván no solamente levantó la espada, sino que la arrojó al aire. Prosiguió pues, su camino, y se encontró frente a otra casa. Entró, puesto que ya sabía cómo hallar la puerta, y allí estaba su madre. Se abrazaron vertiendo lágrimas de alegría. El príncipe dio más pruebas de su fuerza lanzando al aire una bola extremadamente pesada.
Su madre le escondió luego, al aproximarse la hora en que solía regresar Koschéi. En efecto, el Esqueleto Perpetuo, irrumpió al poco tiempo en la casa diciendo:
-Fff... Fff... Los huesos no se oyen ni se ven, pero en esta casa se han metido huesos rusos...¿Quién ha venido a verte? ¿No habrá sido tu hijo?
-¡Qué cosas se te ocurren! Lo que pasa es que, como has andado tú volando por Rusia, traes el olor metido en la nariz y te parece que también huele aquí -contestó la zarina.
Después se aproximó más a Koschéi, hablándole amablemente y, entre unas preguntas y otras le dijo:
-Dime Koschéi, ¿Dónde se encuentra tu muerte?
-Mi muerte -contestó- se encuentra en tal sitio, allí se alza un roble, debajo del roble hay un arca, dentro del arca una liebre, dentro de la liebre una oca, dentro de la oca un huevo, y dentro del huevo mi muerte.
Dicho esto, Koschéi volvió a marcharse volando al poco rato. Llegado el momento oportuno, el príncipe Iván le pidió la bendición a su madre y partió en busca de la muerte de Koschéi. Caminó mucho, sin comer ni beber, y estaba tan famélico que solo soñaba con cazar algún animal. De repente descubrió a un lobezno. Iba a matarlo, cuando la madre loba salió corriendo de su guarida y le dijo:
-No mates a mi cachorro, y algún día te ayudaré yo.
-¡Sea!.
El príncipe Iván dejó marchar al lobezno y siguió su camino. Entonces vio a un cuervo. Cargó la escopeta y se disponía a disparar, cuando el cuervo le dijo:
-No me mates, y algún día te ayudaré yo.
El príncipe Iván, reflexionó un poco y dejó marchar al cuervo. Continuó su camino y llegó hasta el mar deteniéndose en la orilla. Entonces, pegó un salto fuera del agua un pequeño lucio que fue a parar a la arena. El príncipe Iván lo agarró y con lo hambriento que estaba pensó que podría comer algo. En esto, asomó por encima del agua la madre del lucio.
-No mates a mi hijo, príncipe, y algún día te ayudaré yo.
El príncipe dejó también marchar al pequeño lucio. Continuaba allí en la orilla, preguntándose cómo cruzaría el mar, cuando la madre del lucio pareció adivinar sus pensamientos, se tendió atravesada en la olas y sobre ella pudo llegar el príncipe Iván, lo mismo que si caminara por un puente, hasta el roble a cuyo pie estaba escondida la muerte de Koschéi.
Extrajo el arca, la abrió, pero la liebre que había dentro salió de un brinco y escapó. ¿Quién puede retener a una liebre? El príncipe Iván se quedó muy preocupado por haberla dejado escapar, pero el lobo al que no había matado salió corriendo detrás, la alcanzó y se la trajo.
Encantado, el príncipe Iván agarró la liebre, la abrió en canal y pegó un respingo cuando la oca que tenía dentro escapó volando. Disparó contra ella una vez, otra... Pero le fallo la puntería. De pronto, apareció el cuervo con varios polluelos, voló detrás de la oca, le dio alcance y se la llevó al príncipe Iván. Muy contento, este sacó el huevo que había dentro de la oca y fue a lavarlo al mar, pero se le cayó al agua. ¿Cómo podría sacarlo?
De repente, se agitó el mar, y la madre del lucio emergió con el huevo. Se tendió atravesada en las olas. El príncipe Iván pasó sobre ella como si fuera un puente y volvió donde estaba su madre. Llegó, se abrazaron y la madre le escondió otra vez. al rato apareció volando Koschéi, el Esqueleto Perpetuo
-Fff... Fll... Los huesos rusos no se ven ni se oyen, pero aquí huele a Rusia.
-¿Qué dices Koschéi? Aquí no ha venido nadie -protestó la zarina.
-No sé por qué, me siento débil -observó al poco tiempo Koschéi, y es que el príncipe Iván apretaba el huevo de la oca en la mano, y Koschéi lo notaba.
Finalmente, salió el príncipe, le mostró a Koschéi el huevo de la oca y dijo:
-Aquí está tu muerte.
-No me mates príncipe Iván. Podemos vivir en buena armonía y dominaremos el mundo entero.
Pero el príncipe no se dejó embaucar por aquellas palabras, rompió el huevo de la oca, y Koschéi expiró allí mismo.
Entonces, el príncipe Iván y su madre cogieron todo lo necesario, y emprendieron el regreso a su tierra natal. Por el camino entraron en la casa habitada por la princesa a quien el príncipe había visitado al principio, y se la llevaron con ellos. Continuaron caminando hasta llegar a la montaña, a cuyo pie aguardaban todavía los hermanos del príncipe, pero la doncella rogó entonces:
-Vuelve a mi casa, haz el favor, príncipe Iván, se me ha olvidado mi traje de novia, el anillo de brillantes y los chapines escotados.
El príncipe hizo descender de la montaña a su madre y a la doncella, después de acordar con ella que se casarían en cuanto llegaran a su tierra. Los hermanos las recibieron abajo y luego cortaron la escala para que el príncipe no pudiera descender por ella. Con amenazas, las obligaron a no decir nada del príncipe Iván. Regresaron a su reino. El padre se llevó una gran alegría cuando vio a su esposa y a los dos hijos mayores, pero le apenó profundamente no saber nada del menor.
El príncipe Iván, volvió a casa de su prometida, recogió el anillo de diamantes, el traje de novia y los chapines escotados, trepó a lo alto de la montaña, hizo pasar el anillo de una mano a la otra y al instante aparecieron doce apuestos mancebos.
-¿Qué ordenáis? -le preguntaron.
-Quiero bajar esta montaña.
Los mancebos cumplieron su deseo y desaparecieron en cuanto se puso el anillo en un dedo. El príncipe marchó entonces a su tierra, llegó a la ciudad donde habitaban sus padres y sus hermanos, y se hospedó en casa de una viejecita.
-¿Qué hay de nuevo en nuestro reino, abuela? -le preguntó.
-Pues... ¿Qué voy a contarte hijito? Nuestra zarina ha estado prisionera de Koschéi, el Esqueleto Perpétuo. Fueron a rescatarla sus hijos, dos la encontraron y han vuelto con ella, pero el tercero, no ha regresado ni se sabe dónde puede hallarse. El zar está muy apenado por ello.
Los otros príncipes, además de la madre rescataron también a la hija de un zar, y el mayor desea casarse con la princesa, pero ella quiere que vaya primero a traerle de no se dónde el anillo de desposada, o que mande hacer otro a su gusto. Se ha pregonado ya un bando, pero aún no se ha ofrecido nadie.
-Preséntate tú, abuela, y dile al zar que harás el anillo. Yo te ayudaré -rogó el príncipe.
La vieja se vistió enseguida, corrió al palacio y habló con el zar. Por la mañana el príncipe Iván la despertó muy temprano para que llevara el anillo al palacio. La doncella, encantada con el anillo, fue pidiendo los otros dos objetos que quería para su boda, que la vieja le fue llevando.
Se supo que pronto habría boda en el palacio, y toda la gente esperaba ya ese día. El príncipe Iván advirtió a la viejecita:
-Procura estar atenta, abuela, y avísame cuando traigan a la novia a la iglesia.
La vieja estuvo al tanto. Avisado a tiempo, el príncipe Iván se vistió enseguida con sus ropas de corte y salió.
-Aquí me tienes abuela. Ahora ya sabes quién soy.
-Perdóname, príncipe -imploró la vieja arrojándose a sus pies- si en alguna ocasión te he faltado.
-Nada hay que perdonar.
Inmediatamente se presentó en la iglesia y como su hermano no había llegado aún, ocupó su lugar junto a la novia. El sacerdote los casó y toda la comitiva emprendió el regreso al palacio. Durante el trayecto se cruzaron con el hermano mayor, que acudía a la iglesia para casarse él. Viendo que era el príncipe Iván quien acompañaba a la desposada se volvió avergonzado.
El padre se llevó una alegría inmensa cuando vio al príncipe Iván. Entonces se enteró de la perfidia de los dos mayores. Esperó a que terminaran los festejos de la boda, y entonces los desterró al mismo tiempo que designaba a Iván como heredero para sucederle.
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