EL MONO VENGATIVO #leyenda #bharat #advertencia #venganza
Imagen de Gerhard G. en Pixabay
Uno de los carneros era tan comilón, que a cualquier hora, durante el día o la noche, aprovechando un descuido de los cocineros, entraba en la cocina y se comía lo que encontraba a su alcance. Los cocineros solían golpearle fuertemente con lo que tenían más a mano: la escoba o las tenazas.
Cuando el jefe de los monos se enteró de esto, reunió a sus compañeros y les dijo:
-Me parece que en estas peleas entre el carnero y los cocineros nosotros vamos a ser los paganos. El carnero es un glotón y un día los de la cocina le van a pegar con alguna tea y en sus lanas se prenderá fuego. Probablemente, al sentirse arder, echará a correr hacia su majada; allí se propagará el fuego de unos a otros y pasará al establo de los caballos, que está al lado. Lo más seguro es que la mayoría de los caballos estará a punto de perecer por las quemaduras y entonces llegará nuestro fin: nos matarán a todos, pues ya sabéis que la ciencia veterinaria aconseja curar las quemaduras de los caballos con manteca de mono.
En aquella reunión el jefe propuso que debían huir al bosque antes de perecer de tan horrible forma. Pero los monos se opusieron; les pareció que el jefe, como era demasiado viejo, veía peligro donde en realidad no lo había; se encontraban muy bien en el parque real, donde el Rey les daba de comer con sus propias manos.
Como nadie le quiso seguir, el jefe de los monos huyó solo hacia el bosque.
Un día, después de la marcha del jefe, el carnero entró, como de costumbre, a la cocina y se comió un buen asado. El cocinero, furioso, cogió una tea medio encendida y le dio un buen golpe con ella. El carnero echó a correr con algunos mechones de lana prendidos.
Todo ocurrió como había predicho el jefe de los monos: el incendio se propagó al establo de los caballos y casi todos perecieron y otros quedaron con muchas quemaduras. El rey Moon reunió a sus veterinarios y les pidió que recetaran algo para curar a los caballos de sus heridas. Los veterinarios contestaron:
-Majestad, sólo existe un remedio: aplicarles en las quemaduras manteca de mono.
El rey ordenó al punto matar a todos sus monos.
El jefe de los monos, que vagaba por el bosque, se enteró de esta gran carnicería y juró vengarla.
Un día en que andaba sediento, se acercó a un lago lleno de lotos y nenúfares. Advirtió huellas de animales que se habían acercado hasta el borde para beber; pero también pudo notar que faltaban las huellas de su regreso.
Con esto, en seguida se dio cuenta de que algún espíritu malo debía de habitar en aquel lago, devorando a todo el que se acercaba allí. Como el mono tenía mucha sed, contó una caña y sin acercarse a la orilla sorbió por ella el agua. En cuanto hubo terminado de beber, se le apareció el espíritu malo, en forma de hombre, con un magnífico collar de perlas pendiente del cuello.
-Acostumbro a comerme a todo el que pisa la orilla de este lago; tú has advertido el peligro y has bebido desde lejos. Eres muy listo y estoy dispuesto a concederte tu mayor deseo.
El jefe de los monos le preguntó en seguida:
-¿Cuánta gente puedes comer de una vez?
-¡Oh!, centenares -contestó el espíritu-, y quizá miles, si entraran en el agua.
Entonces el mono le contó que un rey llamado Moon era su mortal enemigo. Si el espíritu le regalara el collar de perlas que llevaba, se lo mostraría al Rey y le diría que lo había encontrado en aquel lago y que si le acompañaba hasta allí le proporcionaría otro igual. De esta manera haría que el Monarca se acercase hasta la orilla y perecería. Probablemente muchos cortesanos le habrían de acompañar, siendo un buen banquete para el espíritu. Este se alegró mucho al oír la proposición del mono y le entregó su collar.
Todo sucedió según el mono había imaginado. El Soberano, en cuanto vio el collar, quiso saber dónde podía encontrar otro igual, y él y el mono, montando en la carroza real, se dirigieron hacia el lago encantado.
Al llegar, el mono aconsejó al Rey que todos sus acompañantes deberían buscar por la orilla las perlas, mientras ellos esperaban en la carroza. Pasaba el tiempo y ninguno de los servidores volvía. El Monarca, impaciente, preguntó:
-Dime, ¿sabes por qué no vuelve ninguno?
El mono saltó precipitadamente del carruaje y subió a un árbol. Desde allí contestó:
-Malvado Rey: todos tus acompañantes no volverán más, porque han sido devorados por el espíritu del lago. Ésta es mi venganza por la cruel muerte que diste a mis compañeros. Sólo yo he podido salvarme de la muerte; igualmente ahora deseo que seas tú el único que quedes con vida.
Y a grandes saltos, se internó en la selva.
El rey ordenó al punto matar a todos sus monos.
El jefe de los monos, que vagaba por el bosque, se enteró de esta gran carnicería y juró vengarla.
Un día en que andaba sediento, se acercó a un lago lleno de lotos y nenúfares. Advirtió huellas de animales que se habían acercado hasta el borde para beber; pero también pudo notar que faltaban las huellas de su regreso.
Con esto, en seguida se dio cuenta de que algún espíritu malo debía de habitar en aquel lago, devorando a todo el que se acercaba allí. Como el mono tenía mucha sed, contó una caña y sin acercarse a la orilla sorbió por ella el agua. En cuanto hubo terminado de beber, se le apareció el espíritu malo, en forma de hombre, con un magnífico collar de perlas pendiente del cuello.
El jefe de los monos le preguntó en seguida:
-¿Cuánta gente puedes comer de una vez?
-¡Oh!, centenares -contestó el espíritu-, y quizá miles, si entraran en el agua.
Entonces el mono le contó que un rey llamado Moon era su mortal enemigo. Si el espíritu le regalara el collar de perlas que llevaba, se lo mostraría al Rey y le diría que lo había encontrado en aquel lago y que si le acompañaba hasta allí le proporcionaría otro igual. De esta manera haría que el Monarca se acercase hasta la orilla y perecería. Probablemente muchos cortesanos le habrían de acompañar, siendo un buen banquete para el espíritu. Este se alegró mucho al oír la proposición del mono y le entregó su collar.
Al llegar, el mono aconsejó al Rey que todos sus acompañantes deberían buscar por la orilla las perlas, mientras ellos esperaban en la carroza. Pasaba el tiempo y ninguno de los servidores volvía. El Monarca, impaciente, preguntó:
-Dime, ¿sabes por qué no vuelve ninguno?
El mono saltó precipitadamente del carruaje y subió a un árbol. Desde allí contestó:
-Malvado Rey: todos tus acompañantes no volverán más, porque han sido devorados por el espíritu del lago. Ésta es mi venganza por la cruel muerte que diste a mis compañeros. Sólo yo he podido salvarme de la muerte; igualmente ahora deseo que seas tú el único que quedes con vida.
Y a grandes saltos, se internó en la selva.
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