EL TRIUNFO DEL DESTINO #leyenda #italia #temor #destino
Imagen de Ron van den Berg en Pixabay
En las laderas del monte Massico se divisan tres anchas y profundas bocas, que a corta distancia unas de otras y próximas a una hermosa gruta, desgarran el suelo. Hace mucho tiempo, en esta región de Piedimonte un hombre recurrió a un astrólogo para que le revelara el secreto de su destino.
El adivino le predijo que había de morir víctima de un rayo. A partir de aquel momento, el imprudente curioso vivió en constante zozobra, obsesionado por la idea de la muerte. Pretendiendo escapar a su destino, se acogió una cueva que, excavada en una elevada y sólida montaña, parecía un inexpugnable refugio. En ella recluido pasaba los días y las semanas. Largas horas permanecía en la puerta de su gruta consultando el aspecto del firmamento, sin atreverse a salir. Tan solo en aquellos días en que el sol brillaba espléndidamente y en que ni la más leve sombra de nubes tamizaba los rayos poderosos del astro rey, el triste predestinado se arriesgaba a pasear por las inmediaciones de su rupestre habitación.
En un caluroso día de verano, en que la tierra y todos los seres languidecían bajo un ardiente sol, el condenado a muerte, desde la entrada de su cueva, contemplaba el firmamento sereno y despejado. Se puso a pasear lentamente, disfrutando del paisaje que reverberaba bajo la luz hiriente del sol. No se había alejado mucho de su morada, cuando repentinas e inesperadas nubes ensombrecieron el horizonte y avanzaron velozmente impulsadas por temerosa prisa. Con ellas, un negro terror invadió el ánimo del solitario. Volvió sobre sus pasos presurosamente pero las nubes tormentosas y amenazadoras le alcanzaban; ya se oía el rumor confuso y creciente de los truenos que respondían al fulgor de los relámpagos.
Devorado por el ansia, avanzaba el condenado hacia la gruta. Ya estaba cerca de ella, cuando un primer rayo rasgó las nubes y vino a caer a sus pies, abriendo una profunda boca sobre la tierra. Saltó anhelante el fugitivo. Una segunda chispa se abrió camino con estrepitoso fragor y vino a sepultarse, colérica, su amplia fosa, a pocos pasos del moribundo, el cual, con sobrehumano esfuerzo, se precipitó hacia la caverna, pero antes de que entrara en ella, un postrero e implacable rayo le fulminó y arrastró su cuerpo hasta el fondo de la ancha boca que la furia celeste labró.
El destino venció una vez más, al hombre.
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