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En los días a que se refiere esta leyenda, reinaba en el Cuzco Capaj-Yupanqui, que había sucedido en el trono a Maita Capaj, el famoso conquistador de Yanahuara. Inca -Roca era el hijo primogénito de Capaj-Yupanqui, y recibía toda clase de enseñanzas de Huillac-omo, el sumo sacerdote o Pucarara. Era éste uno de los seres más temidos del reino; a pesar de su ancianidad, su piel rugosa y su gesto duro y vivo estremecían a todos cuantos le miraban.
Rucamani había aceptado con resignación esta decisión de sus padres. Pero llegado el momento de la ceremonia decisiva, sintió terror y angustia ante un paso tan definitivo como el que estaba obligada a dar. Sabía que todas las mujeres la envidiaban por aquel privilegio; pero ella, como una campesina cualquiera hubiera deseado en aquellos momentos un amante que la eximiera de llevar a cabo aquel sacrificio. Por su parte, los hombres se sentían atraídos por la belleza perfecta de Rucamani; pero ninguno se hubiera atrevido a dar un paso hacia ella, por temor a la venganza de los dioses.
Rucamani, lentamente, avanzó hasta el aposento de Mama-quilla (la Madre Luna), donde la esperaba el gran Pucarara para consumar el sacrificio. Mientras, en la capilla Chasca, dedicada al planeta Venus, y en la capilla Illapa, dedicada a la trinidad relámpago, rayo y trueno, rezaban los sacerdotes, preparando la ceremonia.
Cuando Rucamani entró en el aposento de Mama-quilla, se cerró la puerta tras ella. Pudo entonces ver, muy cerca de sí, la imagen enorme y fría de la Luna, y a ambos lados de la estancia, dos filas de cadáveres de reinas, que daban un tono frío desolador al aposento. El Pucarara, sin darse cuenta del terror que invadía a Rucamani, se dispuso a empezar la ceremonia y le mandó acercarse a él. Pero la doncella, como clavada en el suelo, no avanzó un solo paso. El Pucarara, entonces, con su mirada fría y penetrante, sin descomponer una sola arruga de su sarmentosa faz, le empezó a hablar de lo que significaba su renuncia al amor y de los deberes que, como virgen, tendría desde aquel día con respecto al dios Sol.
Después de su breve discurso, el gran Pucarara se acercó, para besar a Rucamani; pero en aquél momento, ella, vencida ya por el terror, cayó al suelo. El Sumo Sacerdote, inclinándose, entre asustado y perplejo, la recogió y la retuvo unos instantes entre sus brazos; pero inmediatamente Rucamani se deshizo de él e intentó huir.
La ceremonia quedó deshecha en este punto y la doncella no volvió más al templo. A los pocos días, el Pucarara moría víctima del "veneno blando". Pensando el Rey que alguna de las vírgenes con las que había estado en contacto en el templo había tratado de envenenarle, mandó degollar a todas; pero perdonó a Rucamani, por ser la más bella, y la hizo su esposa.
Las gentes del Cuzco, que sabían, a pesar de todo, que sólo ella era la verdadera culpable de la muerte del Pucarara, la llamaron desde entonces "la degolladora de inocentes", y con este nombre la recuerdan tradicionalmente en el Cuzco.
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