LOS TRESCIENTOS SESENTA Y CINCO NIÑOS #desprecio #pobreza #desvelo #cuidado #LEYENDA #BÉLGICA
Machtelt era trabajadora y muy altiva, con un corazón tan frío como eran claros sus ojos inexpresivos. De día hilaba, tejía y cocinaba, vigilando su casa con tanto celo, que nada podía desperdiciarse.
Una mañana en que estaba hilando, el portero del castillo le anunció que una pordiosera con un niño en cada brazo pedía limosna en la puerta del jardín. Matchelt se levantó airada, y dejando su rueca, se dirigió hacia el jardín.
-Será una holgazana -dijo-. De lo contrario, no tendría que pedir limosna. La despacharé inmediatamente.
En la puerta estaba la pobre mujer, demacrada y cubierta de harapos, con dos niños que lloraban desconsoladamente.
-Señora -sollozaba la desgraciada- por favor le pido que me un poco de pan, duro. Mis hijos se mueren de hambre...
-¡Márchate a trabajar, holgazana! -dijo Machtelt- Gánate el pan y no vengas a pedirme a mí el mio.
-Mi marido murió, señora, y mis niños son tan pequeños que no puedo trabajar.
-¿Qué derecho tienes tú una pordiosera, a tener dos niños? -dijo Machtelt burlándose.
Pero la mujer respondió:
-Señora, son un regalo del Señor y fruto del amor, y yo los quiero con todo mi corazón.
-¡Del Señor! -se burló Machtelt- ¡Es más probable que te los haya enviado el diablo! Márchate enseguida de mi puerta, inútil.
Y diciendo esto, echó de mala manera a la pobre mujer, sin darle nada.
Machtelt, convencida de haber hecho justicia con aquella pordiosera, volvió a sus tareas y no hizo caso de la maldición de la mujer. Pasaba el tiempo, y crecía la intranquilidad y sus oídos no cesaban de repetir "Trescientos sesenta y cinco niños" "Trescientos sesenta y cinco niños" "Trescientos sesenta y cinco niños".
Al fin, tan inquieta y apesadumbrada estuvo que se marchó por una temporada a casa de su padre, a la Ciudad del Bosque del Conde.
Pasado algún tiempo, la maldición de la mendiga se cumplió. Un día resplandeciente trajo a Matchelt, en la Ciudad del Bosque del Conde, trescientos sesenta y cinco niñitos, tan lindos y perfectos como los bebés corrientes. Ciento ochenta y dos fueron niños y, ciento ochenta y tres niñas.
Todos los pequeños fueron criados por numerosas nodrizas, y Machtelt se desveló tanto por ellos, que no tuvo tiempo de desahogar su mal carácter.
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