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Chalchiuhtlicue (la dama esmeralda), esposa de Tlaloc, dio a luz a una hueste de deidades de la lluvia llamadas tlalocs. Se decía que casi en cada colina vivía un Tlaloc y todos los años se sacrificaban numerosos niños en honor tanto de esos dioses menores como del propio Tlaloc.
En Tenochititlan, capital-isla de los aztecas, los sacerdotes preparaban las celebraciones de Tlaloc comprando a sus madres niños pequeños para el sacrificio. Si las madres lloraban durante la matanza ritual, los adoradores se regocijaban por la segura llegada de las lluvias (eso creían). Lo mismo que en otros ritos aztecas, la carne de las víctimas eran comida por los sacerdotes y los nobles, incluido el monarca.
La lluvia de Tlaloc, no siempre era benéfica. Mientras que Ix Chel, diosa maya de la lluvia, sólo tenía una jarra, Tlaloc poseía cuatro. Siempre se relacionó a Ix Chel con la muerte y la destrucción, pues con su jarra solía vaciar su ira sobre la tierra. El agua de la primera jarra de Tlaloc hacía crecer las plantas; la de la segunda provocaba la plaga; la de la tercera producía escarcha y la de la cuarta, la destrucción absoluta. Chac, dios maya del sol, también se corresponde con Tlaloc.
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