EL ERMITAÑO Y EL BANDIDO #leyenda #bulgaria
Había un diácono que tenía muy mala lengua y que pensaba que todo lo que decía encerraba un gran valor, que siempre llevaba razón y que no había una persona en el monasterio que fuese tan inteligente como él.
Un martes, los monjes se habían reunido para tomar su alimento antes de empezar el ayuno de la semana de San Teodoro. El diácono, que era el que los servía, dijo con tono burlón:
-Nuestros monjes se van a emborrachar hoy.
El prior le reprendió severamente:
-Cállate, no se oye a nadie más que a ti.
El diácono se calló y aun aparentó haberse vuelto mudo. Se le apodó "el mudo" desde entonces, pues desde aquel día, a cualquier sitio adonde fuera no se explicaba sino por gestos.
Cuando llegó el momento de los trabajos de la recolección, todos los monjes salieron al campo, y en el monasterio quedaron solos el mudo y el prior.
En esto llegó un pastor, preguntando por el prior del monasterio. El mudo le condujo adonde estaba éste, y el pastor le contó que un ermitaño que desde hacía cuarenta años viviía haciendo penitencia en un bosque se había sentido morir y pedía que le llevasen la Sagrada Comunión. El prior vaciló y dijo al mudo:
-¿Cómo iremos allí? Hay un bandido que no deja pasar ni a una liebre por el camino? ¿Qué vamos a hacer?
El mudo hizo la señal de la cruz y después, con un gesto indicó al prior que había que ir de todas maneras. El prior tomó el Santo Sacramento, y el diácono un bastón y partieron.
Cuando llegaron hacia el centro del bosque, el bandido cayó sobre ellos.
El prior le dijo:
-Ten compasión de nosotros. Vamos a llevar la Comunión a un ermitaño que hace penitencia en el fondo del bosque desde hace cuarenta años. Espera a que volvamos, y luego podrás hacer lo que quieras de nosotros.
El bandido reflexionó "Este hombre ha ayunado durante cuarenta años, y aun así envía a buscar el Santo Sacramento. ¿Y que será de mi alma, del alma de quién como yo ha hecho llorar a tantas madres y ha dejado huérfanos a tantos niños y a tantas esposas viudas? ¿Qué será de mi alma?".
Después pidió al prior que le permitiera acompañarles. El prior aceptó. Siguieron los tres, y llegaron a la cueva donde agonizaba el ermitaño.
El prior no notó nada de extraordinario en esta gruta; pero el mudo y el ladrón vieron asombrados cómo a la derecha del ermitaño estaba el arcángel San Miguel, y a la izquierda, la Virgen, y que entre ambos le sostenían la cabeza, mientras detrás había un grupo de ángeles.
El prior se aproximó y besó la mano al ermitaño. El bandido se aproximó también, y al besarle la mano le dijo:
-Padre mío, acuérdate de mí en el reino de los cielos y ruega a la Santa Madre de Dios que me perdone, pues he hecho llorar a muchas madres y he dejado en la orfandad a muchos niños.
El ermitaño le contestó:
-¡Ah, hijo mío, cada uno será recompensado según sus acciones!
La Virgen se entristeció al oír estas palabras y los ángeles tomaron en volandas a la Reina de los cielos y partieron. El ermitaño había pecado en el último momento. Debió decir:"¡Ah, hijo mío, que Dios te perdone!
En aquel momento el mudo y el bandido vieron las puertas del paraíso abrirse y entrar por ellas a la Virgen con todos los ángeles. Vieron que las puertas del infierno también se abrían y que por ellas entraba el ermitaño. El mudo, al ver eso, estalló en amargos sollozos.
Después regresaron y, cuando llegaron cerca del lugar donde vivía el bandido, el mudo vio de nuevo a los ángeles. El bandido, que también los vio, dio al prior:
-Administradme los Santos Sacramentos, porque voy a morir.
-¿Cómo voy a administrártelos? Durante muchos años tu vida ha sido criminal: has matado, has robado, has cometido grandes delitos ¡Y ahora quieres recibir la Comunión! Ven con nosotros al monasterio, haz penitencia, ayuna y reza, y después de esto podrás comulgar.
Pero el mudo empezó a hacer angustiados gestos, explicando que era necesario darle la Comunión al ladrón. El prior se negaba, diciendo que era imposible. El mudo insistía:
-¡Es necesario darle la Comunión!
-¡Cometeríamos un gran pecado! -gritó el prior.
-Si hay pecado en ello, que recaiga sobre mí -contestó por señas el mudo.
Entonces el prior, consintió en administrarle la Comunión al bandido, y en el momento en que la hubo recibido expiró.
El mudo vio a la Santa Virgen tomar el alma del muerto, envolverla en su manto y apretarla contra su pecho, y volver al paraíso.
El pobre diácono cayó en tierra llorando. Enterraron al bandido. El prior lo incensó, lo ungió con óleo santo y siguieron el camino al monasterio.
Cuando llegaron, el prior abrió la iglesia, llevó al mudo delante de la imagen de Santa María, leyó una plegaria expiatoria y le ordenó decir lo que había visto.
-Esto he visto- dijo el diácono, ya en el uso de la palabra, relatándole todo lo sucedido.
-Yo no he visto nada -dijo el prior, que mordiéndose los labios dijo abatido- Es necesario que haga penitencia, pues mi alma no es lo bastante pura para ver estos milagros.
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