EL COFRECILLO MARAVILLOSO #orgullo #Leyenda #Rusia #aprender #tiempo #liberación #aventura
Imagen de Bruno /Germany en Pixabay
Eran dos ancianos que tenían un hijo ya mayorcito. Pensando en el oficio que podría darle, se le ocurrió al padre que lo mejor sería ponerle a trabajar con algún artesano que le enseñara a hacer toda clase de obras. Fue a la ciudad y cerró trato con un artesano para que su hijo estuviera de aprendiz con él durante tres años y, en esos tres años, sólo fuera una vez a su casa.
Llevó el padre al hijo a casa del artesano, y allí vivió el muchacho un año, luego otro... En poco tiempo aprendió a hacer objetos de valor, aventajando incluso a su maestro. Una vez hizo un reloj de quinientos rublos y se lo mandó a su padre, para que pudiera venderlo y remediar así su pobreza.
Pero ¡cómo iba a vender el padre aquel reloj! Lo contemplaba embelesado, pensando que lo había hecho su hijo.
Llegó por fin el plazo convenido para que el muchacho fuera a visitar a sus padres. El amo, que era muy entendido le dijo:
-Puedes marcharte. Tienes tres horas y tres minutos de plazo. Si no regresas a tiempo te costará la vida.
-¿Cómo voy a poder recorrer en tan poco tiempo toda la distancia que hay de aquí a casa de mi padre?
-Ahí tienes esa carroza. En cuanto te montes en ella, cierra los ojos al instante.
Así lo hizo el muchacho, cerró los ojos un instante y, al abrirlos, se encontró delante de la casa de su padre. Se apeó, entró en la casa, pero había nadie; sus padres, al ver llegar una carroza hasta su casa, se asustaron y fueron a esconderse detrás de la estufa. Al hijo le costó mucho trabajo hacerles salir de allí.
Se abrazaron. La madre lloraba de emoción después de no verle en tanto tiempo. El hijo les había traído muchos regalos. Mientras se abrazaban y charlaban, el tiempo iba corriendo. Pasaron tres horas. Sólo quedaban tres minutos. Luego un minuto...el demonio le murmuró al oído:
-Muchacho, vete ya, o lo pasarás mal con tu amo.
El muchacho, que era muy cumplidor, se despidió de sus padres y emprendió el regreso.
En seguida se encontró en casa de su maestro, pero a este ya estaba el demonio azuzándole contra el muchacho por haberse retrasado.
Después de disculparse una y mil veces, el muchacho cayó a los pies de su amo diciendo:
-Perdóname, nunca más volverá a ocurrir...
El amo se limitó a regañarle, y lo perdonó de corazón. Reanudó nuestro muchacho su vida de costumbre, llegando a ser el que mejor lo hacía todo. Pensando en que si el muchacho se marchaba, le quitaría todo el trabajo, puesto que se había convertido en el operario más hábil, un día le mando su amo:
-Baja al reino subterráneo y tráeme un cofrecillo que está encima del trono del zar.
Prepararon una escala empalmando muchas correas, y en cada empalme ataron una campanilla. El amo empezó a bajarle por un barranco y le recomendó que tirase de la correa en cuanto se hiciera con el cofrecillo, porque así oiría él las campanillas.
Cuando descendió bajo tierra, el muchacho vio una casa y entró en ella. Unos veinte hombres que había allí se pusieron de pie, le saludaron inclinándose y dijeron todos a una:
-Salud te deseamos, príncipe Iván.
Sorprendido al ver que le trataban con tanta deferencia, el muchacho entró en otro aposento que estaba lleno de mujeres. También ellas se levantaron, le saludaron inclinándose y dijeron:
-Salud te deseamos, príncipe Iván.
Toda aquella gente había sido descendida por el mismo artesano. El muchacho entró en otro aposento: allí estaba el trono y, encima del trono, el cofrecillo, lo agarró y emprendió el camino de vuelta, llevándose a toda la gente con él.
Llegaron a donde colgaba el extremo de la correa, lo sacudieron para avisar, ataron a uno de los hombres, y el amo lo sacó tirando de las correas. El muchacho pensaba quedarse el último con el cofrecillo. El amo había sacado ya a la mitad de la gente, cuando otro de los obreros vino a avisarle de que volviera enseguida a su casa, porque había ocurrido un percance. El amo se marchó, pero antes ordenó que sacaran a toda la gente que quedaba abajo. Sin embargo, no mencionó al hijo del campesino.
Fueron sacando a todos los demás, atados a las correas, pero al muchacho lo dejaron abajo. Anduvo por aquel reino subterráneo hasta que, sin querer, sacudió el cofrecillo. Al instante, aparecieron doce mocetones preguntando:
-¿Qué ordenáis, zar Iván?
-Quiero que me saquéis de aquí.
Inmediatamente obedecieron, pero al encontrarse sobre la tierra, no volvió a casa de su amo, sino a casa de sus padres. Entre tanto, el amo notó la falta del cofrecillo, corrió al barranco y se puso a sacudir las correas. ¡No aparecía su obrero!
El hijo del campesino vivió algún tiempo en casa de sus padres, eligió un lugar que le pareció fértil, y se pasó el cofrecillo de una mano a otra y aparecieron veinticuatro mocetones.
-¿Qué ordenáis, zar Iván?
-Quiero que vayáis a este sitio y construyáis un reino mejor de cuantos han existido.
¡El reino apareció al momento! El muchacho se instaló allí, tomó esposa y fue viviendo tan a gusto.
En su reino vivía un palurdo todo desgarbado cuya madre solía ir a pedir limosna al zar Iván, a la que dijo que robara el cofrecillo. Una vez que no estaba el zar Iván no estaba en casa, su esposa dio limosna a la madre del palurdo y salió del aposento. La vieja agarró el cofrecillo, lo metió en un saco y corrió a llevárselo a su hijo. El palurdo sacudió el cofrecillo, aparecieron los mocetones, y le ordenó que arrojaran al zar Iván a un hoyo muy profundo donde la gente solía tirar los animales muertos. A la esposa y los padres del zar Iván los puso a servirle, y el se convirtió en el zar.
El hijo del campesino se pasó en aquel hoyo un día, otro y otro más, sin encontrar el modo de salir de allí. De pronto, vio un pájaro muy grande que planeaba buscando alguna presa, y hacía poco que habían tirado una vaca muerta en aquel hoyo. El muchacho se acercó y se ató a ella. El pájaro bajó, agarró la vaca, remontó el vuelo y fue a posarse en lo alto de un pino. El zar quedó colgando en el aire, sin poderse desatar.
De repente, apareció un arquero y disparó una flecha. El pájaro agitó sus alas, remontó el vuelo, pero aflojó sus garras. La vaca cayó al suelo y con ella el zar Iván, que echó a andar pensando en cómo recuperar su reino. De pronto, metió la mano en el bolsillo, y allí encontró la llave del cofrecillo. No hizo más que darle unas vueltas entre los dedos cuando aparecieron dos mocetones.
-¿Qué ordenáis zar Iván?
-Me ha ocurrido una desgracia
-Ya lo sabemos. Y puedes darte por contento de que hayamos quedado nosotros dos con la llave.
-¿Y no podríais traerme el cofrecillo?
El zar Iván no había terminado de hablar cuando los dos mocetones se presentaron con el cofrecillo. recobrado su poder, ordenó que la vieja pordiosera y su hijo fueran ejecutados, y él volvió a ser el zar, como antes.
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