LA CALLE DE ¡VÁLGAME DIOS! #Leyenda #España #injusticia #defensa
Era la época en que reinaba en España, Felipe II. En Madrid, en la calle Atocha, se alzaba el convento de Santo Tomás. Esta orden estaba encargada de confesar y asistir en sus últimos momentos a los sentenciados a muerte por el Tribunal de la Inquisición, por lo que las gentes miraban con veneración y respeto a estos frailes penitenciarios, que daban la bendición y la paz a los condenados.
Una tenebrosa noche de invierno, en que la ciudad, azotada por la furia del viento, parecía quejarse lastimosamente, sonaron en la puerta del convento de Santo Tomás fuertes aldabonazos, que despertaron con sobresalto a los frailes. El hermano lego salió a abrir y se encontró con dos embozados, que solicitaban ver al padre Prior. Se resistía el hermano portero a llamarle en aquella hora, pero, ante la urgencia del caso, ya que se trataba de un moribundo, se decidió a avisarle.
El Superior se vistió a toda prisa y envolviéndose en su capa, se dispuso a seguirlos. El lego que tenía que acompañarle, según su costumbre y sospechando de la mala catadura de aquellos personajes, sin decir palabra, se fue a un extremo del claustro, donde estaba depositado el cadáver de un caballero fallecido, para recibir sepultura en la Iglesia, y apoderándose de su espada, la escondió bajo el hábito y fue a unirse al Prior, que ya estaba en la calle, dispuesto a seguir a los embozados.
Los caballeros echaron a andar delante, seguidos de los clérigos, y en silencio emprendieron los cuatro el camino, metiéndose por la calle de Carretas hasta la Puerta del Sol, que atravesaron, y pasando por los Caños de Alcalá, llegaron a unos montes.
Allí los embozados, se abalanzaron sobre los monjes. El padre Prior no opuso resistencia ante el ataque, dejándose amordazar pacientemente. El lego sacó la espada del muerto y, manejándola con gran destreza, empezó a luchar con uno de los embozados. Mientras el otro, agarrando al Prior, le conducía por estrechos senderos y barrancos, hasta una cueva, en donde, le hizo entrar en ella, iluminada por la débil luz de una linterna, vio el monje a una mujer muy bella, de aspecto distinguido, que un niño pequeño dormido en los brazos, lloraba desolada, mirando al fraile suplicante, como si en sus manos estuviera el alivio a sus males.
El hombre, furioso, desató las ligaduras del monje, ordenándole que confesara a la mujer y bautizara al niño, porque iba a matarlos a los dos. El monje contestó enérgicamente que delante de él no se cometería ningún crimen. Pero el otro, ferozmente, le ordenó que obedeciera porque también iba a matarlo a él.
El fraile, humildemente se sometió, administrando los sacramentos a la mujer y al niño, en cuanto terminó, aquel malvado se abalanzó sobre ella, llevando en su mano un agudo puñal, que levantó para hundírselo en el pecho, mientras la infeliz exclamaba: ¡Válgame Dios!
No llegó a herirla, porque el asesino cayó al punto sin sentido bajo el golpe de espada del lego, que llegó corriendo en ese preciso momento para salvar la vida de aquellos inocentes.
Después de agradecer a Dios por su salvación, los dos monjes condujeron a la mujer y al niño a un sitio hospitalario y seguro, donde quedaron para siempre bajo su protección, sin que nadie más que el Prior llegase a saber la causa que había sido el origen de aquel trágico suceso, que dio nombre a la calle de ¡Válgame Dios!, trazada sobre aquel lugar y que hoy, aún conserva su nombre.
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