EL HADA DEL NARANJAL #Leyenda #PuertoRico #promesa #tristeza #felicidad
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Hacia mediados del pasado siglo vino a fijar su residencia en la isla un joven inglés llamado Kroctrig. Plantó aquí un ingenio de azúcar y pronto se vio en posesión de una gran fortuna.
Pensó invertir parte de su dinero en conocer mundo, y así lo hizo. En uno de sus viajes por Europa conoció en París a una joven artista inglesa, llamada Eduarda. Pronto quedó prendado de ella, sobre todo del destello de sus profundos ojos azules, combinado con su piel blanca y oscuro cabello.
La felicidad que le proporcionaba su nueva vida, opulenta y señorial, hacia que Eduarda se encontrase más hermosa que nunca. Tocaba frecuentemente el arpa, y con ella y su armoniosa voz, animaba todas las grandes fiestas que daban en la nueva vivienda. Habitaban una magnífica casa rodeada de espléndido jardín, que pronto se vio convertida en el centro de reunión de la más alta aristocracia de la comarca. Se deslizaba su vida en medio de tanta felicidad como podían desear.
Pasado algún tiempo, los vecinos del pueblo de Manati comenzaban a comentar algo que habían visto los que vivían junto al cementerio. Era extraño y ocurría en las noches de luna. El cuchicheo iba adquiriendo proporciones exageradas y nada se sabía en concreto.
Los vecinos del cementerio, deseosos de saber con certeza lo que hasta ahora era una intriga, pensaron dar parte al alcalde y decidieron que lo hiciera el jefe de los serenos.
-¡Señor, quiero comunicarle algo grave y extraño...!
-Veamos -contestó el alcalde.
-Mire usted señor, yo no lo he visto, me lo han contado personas que viven junto al cementerio. En noches de luna, han visto salir de la espesura del naranjal situado detrás del cementerio una esbelta dama, vestida de blanco, que ocultaba su rostros bajo un velo del mismo color. Aseguran que la han visto dos noches, y las dos han oído las melodiosas notas de un arpa. Han dado a esta dama desconocida el nombre de "El Hada del Naranjal".
Ante un hecho tan inaudito, el alcalde no supo qué contestar y ordenó al sereno que no diese publicidad a lo que le había contado. Después de cavilar sobre el asunto, se dirigió a casa del sacerdote para pedirle consejo. Éste no dio absoluta certeza a lo que acababa de oír y creyó oportuno que, antes de actuar, deberían esperar a tener pruebas más convincentes, y en caso de obtenerlas, darían cuenta a la superioridad civil y eclesiástica.
Nada volvió a oírse en bastante tiempo, hasta un día en que el cartero que llevaba la correspondencia de Arecibo a Manatí, dijo al alcalde:
-Señor alcalde: Ayer, cuando pasé junto al cementerio, oí que dentro tañían un arpa.
Ante tal declaración, el alcalde quedó turbado y preguntó:
-¿Está seguro de ello?
-Tan seguro, que aún me parece escucharla. Dudaba entre irme o quedarme, pues a la vez que quería alejarme, porque una cosa tan extraña me daba miedo, algo parecía clavarme allí, ¡Era tan maravilloso! ¡Qué música, señor! Parecía algo divino, algo distinto de todas las músicas que pueden oírse
Para dar más crédito a lo que había escuchado, el alcalde preguntó al sepulturero, el cual contestó que no había visto ni oído nada.
Su acción debía ir más allá. Dio parte al gobernador, y éste creyó oportuno que fuese el señor cura párroco quien hiciera conocer lo ocurrido al Vicario de Arecibo. Éste, al serle comunicado que el sepulturero nada sabía, creyó que más bien debía tratarse de brujerías y encantamientos. Interrogada la viuda, lo explicó así:
-Una noche de luna llena que el cielo me parecía más azul que nunca, y la emoción embargaba todo mi ser, tañía el arpa en el jardín de mi casa junto a mi marido, que entusiasmado me contemplaba, y con suave acento me dijo: si me muero antes que tú, prométeme que irás una noche de luna llena al cementerio y junto a mi tumba tañerás el arpa, pues aún después de muerto quiero gozar de este inmenso placer. No me pareció muy grande la petición y si el amor que me tenía, y le prometí ir, no una, sino tres. Para cumplirlo, un año después de su muerte, soborné al guardián del cementerio a quien encomendé mi arpa. Cuando la noche extendió su manto, me dirigí en mi caballo, envuelta en un blanco velo, hacia la espesura del naranjal. Allí toqué el arpa durante un buen rato, cumpliendo lo prometido, e hice esto durante tres noches de luna.
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