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LA CASA DE LOS ENANOS #Leyenda #España #juego #duendes





La casa de don Nicolás María de Guzmán, bulliciosa y alborotada en algún tiempo, a la muerte del Duque se convirtió en un edificio abandonado y triste.  Por muchos años aquella vivienda, situada en las afueras de Madrid, se mantuvo desalquilada y apartada del bullicio de la Corte.

Un día se presentaron dispuestos a habitarla unos cuantos hombres, posiblemente tahúres, a quienes interesaban el edificio por su apartado emplazamiento.  Ocuparon sólo la parte baja y la dedicaron a celebrar secretas reuniones con personajes de su misma profesión.

Uno de los días en que más concurrida estaba la casa se provocó una violenta discusión por parte de algunos de los concurrentes, que fue creciendo en alboroto, sin que ninguno de los discutidores lograse convencer al contrario.  De  repente, en medio del vocerío, se abrió la puerta  del salón y, ante el asombro general, apareció un hombre, pequeñísimo de estatura, pero de gesto grave, que les impuso silencio con expresivos ademanes.  Sin más ni más y dejándolos a todos sobrecogidos por su extraña actitud, desapareció rápidamente sin decir palabra.



Volvió el alboroto, pero esta vez fueron los nervios exaltados de los concurrentes los que formaron la discusión, con ánimo de distraer el miedo que los invadía.  No habían logrado tranquilizarse, cuando volvió a abrirse la puerta y se presentó en la sala otro enano no menos circunspecto, y con la misma pretensión de hacerles guardar silencio.  Esta vez, más dueños de sí, y como defendiéndose de lo que les parecía cosa sobrenatural, intentaron atrapar al hombrecillo echándose sobre él, pero el enanillo desapareció con la misma rapidez que el anterior.


Tras esta última escena pensaron aquellos alborotadores que quizá se tratase de habitantes de la planta superior, que por su extraña figura no se atrevieran a frecuentar al mundo exterior, lo tomaron esta vez a broma y decidieron continuar la charla, dispuestos, si se repetía la escena, a emplear la violencia con una mayor habilidad.  

Imagen de Thorsten Frenzel en Pixabay 

Siguieron pues, la discusión, que casi se convierte en escándalo.  De repente se volvió a abrir la puerta de la habitación y entraron con paso rápido más de veinte enanos, que sigilosos y con extraordinaria energía, pero sin pronunciar palabra, apagaron las luces y a latigazos echaron de allí a los alborotadores, que esta vez huyeron aterrorizados de verdad.

Quedó la casa deshabitada, y con los años se olvidó el incidente, hasta que una noble dama, doña Rosario de Venegas, deseosa de tranquilidad y sosiego, pensó en alquilar aquella mansión solitaria.  La amuebló a su gusto, y un día, cuando ya ultimaba con su criado algunos pormenores de la capilla, echó en falta una imagen del Niño Jesús y el cortinaje.  




Lo estaba hablando con su sirviente, cuando vio aparecer por la puerta a un enanillo que venía cargado con las cortinas y la imagen, dispuesto a entregárselas.  La noble dama se desvaneció y decidió dejar la casa a sus moradores.

Volvió a quedar deshabitado el edificio por algún tiempo, pero un canónigo que no hacía caso de historietas, decidió alojarse en aquella tranquila mansión.  Entre su servicio contaba con una lavandera que, ajena a la existencia de aquellos extraños vecinos, marchaba todos los días a lavar la ropa a orillas del Manzanares. 




En una ocasión en que allí se encontraba, se desencadenó un fortísimo temporal y corrió a casa a guarecerse, dejando la ropa sobre una silla a merced del vendaval y de la crecida del río.  Se lamentaba de creerla perdida, cuando abrió la puerta de la habitación y aparecieron unos cuantos enanillos trayéndola toda.  Tal fue el sobresalto de la mujer, que decidió no volver más por allí, para no encontrárselos.

Tampoco el canónigo se libró de su presencia, porque un día, en ocasión de necesitar un libro, vio aparecer junto a él a uno de ellos, que se lo entregó cortésmente. El canónigo decidió abandonar la morada.

A partir de ese momento la casa quedó vacía y ya nadie más se atrevió a alquilarla nunca.  Los duendes. llenos como estaban del mejor deseo, debieron de marcharse también en vista de la incomprensión general, porque cuando, años más tarde Fernando VI adquirió aquel famoso edificio, los serviciales hombrecillos habían desaparecido.

Casa, Mansión, Escalofriante, Eerie












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