EL BALUM #leyenda #Guinea #perder #recuperar
Era en una época en que el país estaba casi siempre en guerra. En aquel momento, la aldea misma había sido amenazada por los Kai, aunque la lucha no había comenzado todavía.
Los Yabim salieron, como de costumbre, a trabajar el campo. De pronto se oyó el ruido de una bandada de pájaros que se acercaba, y las gentes, asustadas, creyendo que se aproximaba los Kai, corrieron a refugiarse en la aldea.
En el campo quedó solo, colgado de una rama, en el cesto que le servía de cuna, un niño pequeño. Sus padres, en el barullo del momento, se olvidaron de él y luego, convencidos de que los enemigos le habrían matado, se fueron haciendo a la idea de que no tenían hijo.
Sin embargo, no fue así. El niño se quedó solo en su cesto, balanceándose con el viento que movía la rama de la que estaba colgado, hasta que, sin saber como, el cesto se descolgó y cayó al suelo. Poco a poco el niño fue creciendo y aprendiendo a valerse por si mismo; comía lo que encontraba al alcance de la mano; raíces de ignamo, plátanos, caña de azúcar, pepinos... Pero a menudo recordaba su abandono y repetía la misma queja: "¡Tino, tamo, seño moambin getan, sebolio ai, sebolio ai!" (¡Oh madre, oh padre. Oyeron graznar a los pájaros, me dejaron en la estacada, me dejaron en la estacada...!)
Un día los hombres del pueblo salieron a cazar cerdos salvajes y por casualidad oyeron sus quejas; les chocó, y al volver lo contaron en toda la aldea. Desde entonces la duda invadió a los padres del niño; comprendían que aquella frase podría referirse a ellos, ¡pero les parecía tan imposible que el niño no hubiera muerto! Pensaron que quizá fuera su espíritu, su Balum.
Al amanecer, el padre salió de casa con sus hombres, decidido a averiguarlo. Cuando llegaron al sitio en que había quedado el cesto, oyeron, como el día anterior, una voz que repetía sin cesar la misma queja. El padre, guiado por ella, llegó hasta un plátano cargado de hojas y de frutos ya maduros, y allí, acurrucado, junto al tronco y medio oculto entre las ramas, encontró a su hijo.
El niño, al principio, creyó que se trataba de un Balum, del espíritu de algún muerto, y forcejeaba para desasirse, gritando:
"¡Hu! ¡Balum! ¡Ha!..." El padre tuvo que convencerle de que no era el tal Balum, y luego le preguntó a su vez quién era él.
Cuando el niño contó su historia, no le cupo la menor duda de que era su hijo. Lo llevó al pueblo y se lo entregó a su madre, que se echó a llorar. Le lavaron y le afeitaron, hasta que su cara perdió su aspecto salvaje y empezó a parecerse a los demás hombres.
Por la mañana, el padre escogió un cerdo sano y grande, reunió a toda la aldea y lo ofreció ante ellos en sacrificio. Luego les contó la historia de su hijo; les dijo que durante algún tiempo había vivido como Balum en el bosque, pero que había dejado de serlo y que ahora volvía a vivir ya para siempre con ellos en la aldea.
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