LOS SIETE INFANTES DE LARA #Leyenda #España #hijo #padre #traicion
Fue un gran día para los castellanos aquel en que se ganó Calatrava la Vieja, donde peleó el noble caballero Ruy Velázquez, con trescientos hombres que llevaba acabó con más de cinco mil moros. ¡Ojala hubiera muerto aquel día! Su nombre hubiera pasado limpio y glorioso al recuerdo de los castellanos y no sería maldecido; su cuerpo yacería bajo rico enterramiento y no bajo carretadas de piedras arrojadas por los caminantes. No habría tramado la gran traición contra sus sobrinos los siete Infantes de Lara. Ésta es su triste leyenda.
Como recompensa por el triunfo de Calatrava, el Rey dio a Ruy Velázquez en matrimonio a doña Lambra, hermosísima mujer. Celebrándose las bodas de Burgos y las tornabodas en Salas, de donde eran los siete Infantes, también llamados de Lara. Grandes fiestas se hacían, alegres en grado sumo. A ellas llegaron los siete Infantes de cariño por su madre doña Sancha, mujer de Gonzalo Gustioz y hermana de Ruy Velázquez. Uno a uno fueron abrazados y besados tiernamente, sobre todo Gonzalico, de ellos el preferido. los siete Infantes eran de noble apostura y bravo corazón; la más pura concordia, el cariño más acendrado entre ellos reinaba y cada uno estaba presto a dar la vida, si fuera necesario por los demás.
-Hijos -les dijo la madre- id a descansar a vuestra posada de la calle Cantarranas, y no salgáis, que las plazas están llenas de gente, y por cualquier pequeño motivo, se originan trifulcas peligrosas.- y ellos así lo hicieron.
En tanto, había pasado la hora de la comida, y todos los caballeros que habían venido a las fiestas de tornabodas salieron a la plaza a correr boordos y a tirar tablados. Pero ninguno bohordaba bien. Un caballero cordobés salió al campo y tiró una vara con fuerza y gallardía, entre el aplauso de la concurrencia. Volviéndose al grupo de nobles damas que presidía doña Lambra, gritó:
-¡Amad señoras, amad, que más vale un caballero de Córdoba la llana que veinte ni treinta de los que son tan nombrados en esta tierra".
Y doña Lambra, llena de entusiasmo, exclamó:
-¡Maldita sea la dama que su cuerpo te niegue. Y si yo fuera libre, tuyo sería mi favor!
Doña Sancha, que estaba presente, enrojeció de vergüenza y le hizo ver que esas palabras no eran oportunas. Doña Lambra, echando atrás su hermosa cabeza, miró a la madre de los siete Infantes y le escupió estas palabras:
-Callad, doña Sancha, que vos como puerca en ciénaga paristeis siete hijos!
Y un viejo servidor que allí se hallaba, lleno de dolor y de indignación, fue a la posada en donde estaban los Infantes.
Venía este buen hombre cabizbajo por la calle. Gonzalo, que estaba asomado al barandal le dijo:
-¡Eh! ¡qué os pasa ayo? ¿por qué esa cara de pesar?.-Y el ayo, que tal era, le dijo:
-Vengo lleno de dolor por algo que he oído y que ofende a vuestra sangre.
Y entrando en la casa, quiso retirarse sin decir más, temiendo que los Infantes quisieran vengar el insulto hecho a su madre; pero obligado por ellos, tuvo que relatar lo sucedido. Gonzalo, saliendo como una exhalación, cogió su caballo, entró en la plaza y tomando una vara, la lanzó con tanta fuerza, que el tablado cayo estruendosamente, y volviéndose a donde estaban las damas, les gritó:
--Amad, puercas, amad, que un caballero de mi sangre vale más que cuarente de Córdoba.
Doña Lambra, llena de ira, se retiró, y fue al palacio de Ruy Velázquez, gritando:
-¡Venganza, venganza! Vuestros sobrinos, los siete Infantes de Lara, me han insultado y amenazado injuriosamente, diciéndome que me cortarían las faldas por vergonzoso lugar.
Ruy Velazquez salió y fue a la plaza, en donde se había trabado una gran pelea: Gonzalo había matado a Álvar Sánchez, primo de doña Lambra, y contra aquél se lanzó Ruy hiriéndole y queriéndolo rematar, sin conseguirlo, por la intervención de los hermanos, que habían acudido rápidamente a la plaza. De esta manera comenzó la lucha entre los de Lara y los caballeros de doña Lambra.
Durante algún tiempo la enemistad persistió, con continuas peleas. Al fin intervinieron el Rey y Gonzalo Gustioz, estableciéndose la paz. Se decidió que para probar la buena voluntad de los hasta entonces enemigos, los siete Infantes escoltasen a doña Lambra a Barbadillo, que era propiedad de ella. Llegados allí, el rencor de la vengativa dama renació y ordenó a un criado que arrojase un cohombro lleno de vinagre a Gonzalo. Éste, al verse agraviado sin razón, quiso matar al sirviente, siendo ayudado por sus hermanos. Pero el sirviente huyó a donde estaba su señora, la cual lo amparó, protegiéndolo bajo su falda, lo cual era signo de inviolabilidad. Pero los Infantes no hicieron caso de ello y allí mismo dieron muerte a quien de tan mala manera había insultado a uno de ellos. Doña Lambra fue de nuevo a pedir venganza a Ruy Velázquez, diciéndole que si no se la concedía, iría a pedírsela a Almanzor. Ruy Velázquez, entonces, tramó una gran venganza contra su cuñado y sus sobrinos.
-¡Venturosamente ya pasaron los tiempos en que nuestras gentes eran enemigas. Quiero mostrarte mi buena voluntad encargándote una embajada importante. Conviene conocer la opinión de Almanzor en ciertos asuntos de frontera. Yo os pido que llevéis cartas mías al gran guerrero, que sin duda os recibirá y honrará como a quien sois.
Gonzalo Gustioz aceptó de buen grado y tomó la carta que, escrita en árabe, le entregaba Ruy Velázquez.
-Mañana al alba saldré- dijo.
En efecto, al día siguiente, después de haberse despedido de sus hijos, se puso en camino hacia la frontera.
Llegó a Cordoba, se dio a conocer como emisario a los guardias de las murallas y fue conducido a palacio. Allí Almanzor lo recibió con muchos honores, y habiéndole preguntado cuál era su embajada, Gonzalo Gustioz le entregó la carta. El semblante del caudillo moro se ensombreció:
-¡Ah Gonzalo Gustioz! En mala hora me trajisteis esta carta. En ella me pide Ruy Velázquez que os dé muerte.
Gonzalo se estremeció, comprendiendo que había sido traicionado, y así lo hizo ver a Almanzor. Éste, que era un caballero, no quiso restarse a tan infame treta, y le dijo al cristiano:
-No haré lo que me pide, pero si tendré que retenerte aquí. No tengas pena de esto, que estarás bien tratado.
En la misma carta decía Ruy Velazquez que, además de entregarle a Gonzalo Gustioz, haría que los Infantes fuesen a la frontera con poca gente para que pudiesen ser muertos por los moros, sin peligro ni riesgo para éstos. En efecto, un día pidió a los Infantes que le acompañasen en una pequeña algarada que iba a hacer contra tierras de moros. Los Infantes aceptaron y se despidieron de su madre, quien en vano trató de retenerlos. Iban acompañados del viejo ayo Nuño Salido. Por el camino tuvieron varios presagios negativos, y el ayo, quiso que volviesen a Salas, pero los jóvenes se burlaron cariñosamente de él. Llegando por las sierras de Altamira, cerca del valle de Arabiana, Ruy Velázquez les dijo:
-Es hora de mostrar vuestro valor. Corred ese campo de moros, y si necesitáis ayuda, yo os la prestaré.
Soltaron las riendas y se internaron en el valle, creyendo que todo iría bien. De pronto vieron salir de los desfiladeros gran cantidad de enemigos que los rodearon y se lanzaron contra ellos. Los infantes no se amedrentaron por ello; empuñaron sus lanzas, y a los primeros moros que llegaron les hicieron pagar cara su osadía. al fin saltaron sus lanzas, rotas, y empuñaron las fuertes espadas. Durante varias horas continuó la pelea; el moro Alicante, que era quien capitaneaba a la gente de Almanzor, estaba admirado de ver el valor de aquellos jóvenes cristianos. Dando tregua, les hizo pasar a las tiendas que había dispuesto, confortándolos con vino y alimentos, Nuño Salido se dolía de la traición, dirigiéndoles tiernas palabras. Alicante estaba presto al perdón cuando Ruy Velázquez, llegando de improviso, lo llamó aparte y le dijo:
-¡Mal cumplís las órdenes de vuestro señor! Esta blandura sin duda engendrará la ira de Almanzor, que os hará pagar cara vuestra transigencia.
Alicante, temeroso de merecer un duro castigo, ordenó que se reanudase la pelea. De nuevo la lucha tomó gran fuerza, los siete Infantes y Nuño Salido peleaban bien, pero al fin fueron cayendo uno tras otro en presencia de Ruy Velázquez que desde un lugar próximo presenciaba el cumplimiento de su venganza.
-Aquí tienes ocho cabezas de gente noble. Prueba a ver si las reconoces.
Gonzalo las limpió y cogiendo una estalló, al mirarla, en sollozos.
-¡Ay triste de mí, que sí las conozco! ¡Nunca fue hombre tan desdichado!.¡Dios os salve, Nuño Salido, buen compadre! ¿Qué hicisteis con los hijos que os encomendé? Más perdonad, que bien veo que habéis cumplido con vuestro deber!. ¡Oh hijo Diego González, aquí paró vuestra gallardía, vuestro porte de alférez del conde Garci Fernández!
Y así fue hablando con todas las cabezas, elogiando a cada hijo sus cualidades. De este llanto tuvo tan gran angustia, que cayó como muerto en tierra. Todos los presentes tuvieron gran lástima de él. Y Almanzor ordenó que fuera conducido a los aposentos que le habían sido destinados.
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