EL MILAGRO DE FORE #Leyenda #Irlanda #construcción #molino
Cerca del Castillo de Pollard se halla la aldea de Fore, en cuyos alrededores se realizaron en otros tiempos multitud de milagros. Por uno de los campos cercanos corre un riachuelo, llamado de San Fechín, porque fue creado y bendecido por las propias manos del Santo. Aquel descreído que se acerque a él creerá inmediatamente, ya que justamente a la orilla crece un gran árbol, símbolo de la Trinidad, de cuyas ramas cuelgan las medallas y los exvotos de los fieles.
No muy lejos del árbol hay una pequeña ermita, hoy en ruinas. Las aguas del riachuelo corren muy rápidas, y en sus refrescantes remansos beben los caballos de tiro y nadan los patos. Pero los habitantes del pueblo desconocen el misterioso origen del cauce y nunca llegarán a explicarse cómo San Fechín pudo atraer las aguas que movían el molino de Fore.
En tiempos remotos, los monjes de la abadía vivían agobiados por el trabajo de tener que moler a mano todo el trigo de sus abundantes cosechas. Así lo habían hecho de generación en generación, y no veían el modo de librarse de aquel trabajo. Por aquella región jamás había pasado una sola gota de agua con la fuerza suficiente para mover la piedra de un molino. Y el agua que venía, lenta, convertía los territorios en pantanos y parecía burlarse de ellos cuando, sudorosos, se entregaban a su trabajo.
Sin embargo, los monjes sabían que por el cercano valle discurría un poderoso torrente, pero ignoraban con qué medios podrían atraer sus aguas, ya que entre ambos valles había unas enormes rocas que no podían ser saltadas. Los monjes rogaban siempre a Dios un milagro, y la divina providencia, escuchando sus ruegos, envió a Fore a San Fechín.
Sin decir nada, el Santo ordenó a los monjes que, al lado de la abadía, construyeran un gran molino. La fe que tenían en él era tal, que los piadosos monjes pusieron manos a la obra sin hacer la menor pregunta..
Durante un año entero trabajaron incansables acarreando piedra de las montañas y levantando un hermoso molino. En su afán por terminarlo pronto habían abandonado el cultivo del trigo que, por otro milagro, sin que nadie lo cuidase, crecía abundantemente en el valle. Cuando el edificio quedó terminado, labraron una enorme piedra de molino y con gran cuidado trajeron madera del bosque y construyeron una buena aceña( (Rueda que se coloca en el curso de un río y que, movida por la acción de la corriente, saca agua para regar.) Cuando el trigo amarilleaba en los campos y el sol lucía espléndido, el molino quedó terminado.
El edificio era amplio y sólido, la piedra estaba pulida y esperaba con ansia el grano, y la aceña pendía en el canal, aguardando el agua que había de moverla. Pero ni la más pequeña señal aparecía en el camino.
Los monjes comenzaron entonces a rezar como habían hecho siempre, y vieron que San Fechín atravesaba el soleado valle cubierto de mies, y subía lentamente a una loma. Al llegar a ella se paró junto a un montículo y, levantando los brazos al cielo, llamó a voces a las aguas mandándolas venir hacia él. Luego emprendió el descenso. Como obedeciendo su mandato, las aguas, rápidas y sonoras, saltaron las rocas y descendieron la loma, precipitándose en todas direcciones y llenando los canales que los monjes habían construido.
Cuando éstos suspendieron el rezo, vieron que la aceña daba vueltas y más vueltas y que las piedras grises y pulidas giraban, levantando una nube de polvo.
Llenos de alegría, se dispusieron a dar gracias por tan divino don. El molino, las aguas, los pájaros y la naturaleza toda parecía unirse a su oración. Subido en una loma, San Fechín daba también gracias a Dios todopoderoso, que le había permitido realizar el milagro del molino de Fore.
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