SUSANO-WO #Leyenda #Japón #dioses
Desde el mismo instante en que nació, Susano-Wo estuvo maldito por su falta de gracia. Cuando el gran antepasado Izanagi intentó limpiar el polvo contaminante de la tierra de la melancolía, a la que había acudido para visitar a su difunta esposa, se sonó la nariz con tanta fuerza que creó al dios de la tormenta. Inmediatamente Susano-Wo lloró por la esposa de Izanagi y le recordó su reciente pérdida. Izanagi espantó a Susano-Wo profiriendo maldiciones.
Susano-wo también resultó un incordio para su hermana Amaterasu, diosa del sol, a quien Izanagi creó cuando se lavó el ojo izquierdo. Por acosar a la diosa, Susano-Wo perdió la barba, se le confiscaron sus bienes y fue desterrado por los dioses. Durante el exilio inició sus vagabundeos y sus aventuras.
En Izumo, en el sur de Japón, encontró a una pareja de ancianos que lloraba junto a una niña. Cuando Susano-wo preguntó por qué lloraban, el anciano respondió que cada año se presentaba una serpiente de ocho cabezas que devoraba una de sus hijas. Estaba a punto de volver para devorar a la octava. Susano-wo les dijo quien era, y les pidió que le entregasen a la niña, ante lo cual aceptaron, contentos.
Susano-wo convirtió a la niña en una peineta que se puso en los cabellos. Preparó ocho cuencos de gran tamaño llenos de aguardiente de arroz. Cuando apareció la serpiente monstruosa el perfume del aguardiente tentó sus sentidos y, sin vacilar, todas las ocho cabezas se inclinaron para beber de un sendo cuenco.
La serpiente se amodorró y se quedó dormida. Susano-Wo la atacó y le abrió la barriga. En el interior encontró una espada milagrosa, un espejo y una joya, objetos que actualmente configuran las insignias de la familia imperial japonesa.
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